Órale, mi cuate. Quiero que sepas algo –le indicó Joaquín Archivaldo Guzmán Loera al veterano piloto de helicópteros a quien él mismo apodó ‘Tinieblo’ tan pronto como llegó a Sinaloa, procedente de Miami, para comenzar a trabajar a su servicio.
– Soy todo oídos, señor Guzmán –respondió el piloto, quien suponía que el nuevo jefe que lo acababa de contratar no era propiamente un santo. Pero tampoco sabía nada de él.
– ¿Me reconoces? –inquirió Guzmán.
– La verdad, no, señor –contestó intrigado el piloto.
– No soy un angelito. Pero después te voy a contar la historia de un cardenal de la iglesia Católica al que asesinaron creyendo que era yo.
– Bueno, señor. Suena interesante la historia –repuso confundido el piloto.
– Tú, aquí, te llamas ‘Tinieblo’ y que lo sepan todos de una vez –exclamó en tono de orden general para los 14 hombres armados de fusiles 'cuernoechivo' (AK-47) que se movían a su alrededor.
– Muy bien, señor Guzmán. No hay problema –respondió el piloto que en su vida profesional había servido en grandes empresas de aviación, estuvo secuestrado y llegó a compartir cabina con los principales pilotos del cartel de Sinaloa.
– Pero no es lo del cardenal lo que quiero que sepas – apuntó el jefe.
– Dígame, entonces –pidió el piloto.
– Quiero que sepas que vas a trabajar solamente para mí, para mis hijos, para mi esposa y para mi madrecita. Aparte de nosotros, en el helicóptero que te entregaré nunca se transportará “mota” ni “perica”. Dinero, sí. Y nuestras armas.
El piloto fue contactado por un empresario de aviación privada que lo buscó en Miami y le ofreció empleo en México, con una paga mensual de 25,000 dólares.
“¿Le interesa?”, preguntó el empresario.
Era viernes.
“En ese momento me encontraba desempleado, el banco estaba a un paso de quitarme mi casa y acepté”, contó el piloto.
En una cafetería de Miami recibió del empresario 15,000 dólares en efectivo y un pasaje aéreo de primera clase para viajar a Ciudad de México. Antes de despedirse, el piloto le entregó a su interlocutor una fotografía suya, de las que se usan para poner en los documentos de identidad, la cual le fue enviada de inmediato a quienes lo recogerían en el aeropuerto Benito Juárez, de Ciudad de México, para que lo reconocieran al llegar.
Ese fin de semana viajó a Fort Lauderdale para despejarse la cabeza y presenció el McDonald’s Air & Sea Show, gigantesca exhibición de equipos militares de mar y aire. Para este piloto de distinguido linaje militar, fue “lo más impresionante que he visto en mi vida”.
"De ahora en adelante te vas a llamar Carlos Sánchez" –le informó uno de los dos hombres.
Tres días más tarde viajó a ocupar su nuevo trabajo.
Al salir del aeropuerto Benito Juárez, de la Ciudad de México, dos hombres lo esperaban en la puerta con la fotografía ampliada de su rostro. Había sido enviada desde Miami por el empresario que lo contactó. Ambos le estrecharon la mano efusivamente.
“Ninguno me llamó por mi nombre”, recuerda el piloto.
– Te vamos a sacar ya tu licencia. De ahora en adelante te vas a llamar Carlos Sánchez –le informó uno de los dos hombres.
– ¿Me la van a sacar ahora mismo? –preguntó el piloto.
– Ya mismo –contestó y fueron caminando hasta una oficina estatal en la que su licencia para conducir estuvo lista antes de una hora, con su fotografía y su nuevo nombre.
– Ahora, váyase para el hotel Crystal Grand Reforma y mañana sale para Culiacán –le indicó uno de los dos hombres y se despidieron.
Culiacán (con 700,000 habitantes) es la capital del estado de Sinaloa.
“Aterricé al medio día en el Aeropuerto Internacional Federal de Culiacán, que también lo llaman Aeropuerto Internacional de Bachigualato. Allí me esperaba un tipo muy amable, Hernando Cabiedes”, cuenta el piloto.
– Órale, mi güey, queremos que aquí estés a gusto –exclamó Cabiedes al saludarlo.
– Muchas gracias por su amabilidad –respondió el piloto.
– Te vamos a llevar a Navolato, un pueblito con buenas playas –anunció Cabiedes, quien calzaba botas de piel de avestruz, típicas de esa zona de México: puntudas y de caña alta. Llevaba jeans Levis ceñidos y un cinturón de tres pulgadas con una hebilla de plata, casi del tamaño de un CD.
También había un zoológico en el que el mejor espacio y los cuidados más esmerados eran para un jaguar corpulento.
Navolato es un pueblo de Sinaloa con unos 30,000 habitantes. Allí estuvo hospedado en una quinta de dos pisos y cinco habitaciones a todo dar; no le faltaban lujos, ni comodidades, pero rebosaba el mal gusto. Dentro de un establo aledaño había un avión Cessna 150, monomotor, y un yate en reparación, montado sobre gatos.
También había un zoológico en el que el mejor espacio y los cuidados más esmerados eran para un jaguar corpulento, “de los que en Suramérica”, de acuerdo con ‘Tinieblo’, “llaman tigre mariposa”.
La mitad del terreno estaba destinado a un criadero de avestruces. Había cientos.
En otra parte del terreno estaban los mejores 60 caballos de ‘El Chapo’. Cerca de 15 bailaban sincronizados, como humanos, en una pista de arena.
Desde que llegué a esa finca de Navolato no pude dejar de asociarla con la hacienda Nápoles de Pablo Escobar, donde estuve muchas veces.
La casa, de estilo mediterráneo, blanca, tenía una piscina mantenida de manera impecable y algo que después sabría que era característico y permanente en las costumbres de ‘El Chapo’ Guzmán: una “palapa” o kiosco de madera y paja, invariablemente construido y situado de tal manera que le permitiera refugiarse en él para sostener conversaciones secretas con todo tipo de personas, lo que ocurría a diario.
“Desde que llegué a esa finca de Navolato no pude dejar de asociarla con la hacienda Nápoles de Pablo Escobar, donde estuve muchas veces, o la finca de Repelón, en el caribe colombiano, que poseían los narcotraficantes, socios de aquel, Juan David, Fabio y Jorge Luis Ochoa Vázquez. Conocí otras del mismo estilo en Centroamérica”, cuenta el piloto.
Al séptimo día de estar allí, la rutina se alteró con la llegada de dos “trocas” (pickups) blindadas, blancas, de cabina doble. En la de adelante venía “el señor”, acompañado de cuatro fusileros de su escolta y en la de atrás viajaban otros diez. Todos armados con “cuernoechivos” relucientes. “En eso se diferenciaban de los fusiles de los guerrilleros y paramilitares de Colombia o El Salvador a los que se les veía el trajín de la guerra”, sostiene el piloto.
Antes de la llegada de “El Señor”, Cabiedes puso especial cuidado en enseñarle la manera obligada de saludarlo, típicamente mexicana.
Guzmán llegó con una camisa azul oscura, yines azules Levis traídos de California, tenis Adidas y gorra de beisbolista, también azul. Nunca lo vi usar botas de avestruz como las que calzaban los demás.
–Das la mano, luego abrazas y vuelves a dar la mano. Así tiene que ser siempre aquí y mucho más con “El Señor” –lo instruyó.
Guzmán llegó con una camisa azul oscura, yines azules Levis traídos de California, tenis Adidas y gorra de beisbolista, también azul. Nunca lo vi usar botas de avestruz como las que calzaban los demás.
“Vino en la tarde. De todos los tipos que se bajaron no sabía cuál era mi nuevo empleador, pero no me quedó difícil suponer que se trataba del que viajaba al lado del conductor de la primera ‘troca’. Nunca lo había visto, ni en fotos”.
Guzmán se dirigió con los brazos abiertos al piloto y este se anticipó a estrecharle la mano, luego el abrazo y otra vez la mano. Miró de reojo a Cabiedes y este lo aprobó con una sonrisa y el puño derecho cerrado con el pulgar hacia arriba.
–Vamos a la “palapa”, piloto –ordenó Guzmán.
–Vamos.
–¿Cómo estás? Tu eres el piloto que me mandaron los cuates del DF –exclamó Guzmán y lo invitó a tomar asiento.
– Sí, señor.
–Bienvenido. Te seleccionaron con mucho cuidado.
– Muchas gracias.
– ‘Tinieblo’, ¿qué máquina necesitamos? ¿en cuál te desempeñas mejor para comprar una?
– Pues, “señor"…
–No, no, no. Llámame “tío”. Siempre –pidió Guzmán.
– Bueno, “tío”. Si puede traer un Ranger 407 sería muy bueno. Es el helicóptero perfecto para el servicio que usted necesita. Tiene siete asientos, incluidos los del piloto y el copiloto; es muy versátil porque aterriza prácticamente en cualquier parte y vale hasta cuatro millones de dólares, de acuerdo con los “juguetes” que quiera ponerle. Lo produce Bell Helicopter Textron, en Estados Unidos. Se utiliza mucho como policial y ambulancia. Es una belleza.
– Pues, ‘Tinieblo’, me compro ya una chingadera de esas. Escríbeme en un papel los datos para mandar a comprar esa máquina –pidió Guzmán.
– Si tiene una libreta se los escribo ya, “tío”.
–Ya te busco una, pero quiero que sepas algo, aquí, entre nosotros dos.
– Dígame.
–Yo soy ‘El Chapo’ Guzmán, a mucho honor, pero no quiero que jamás me llames así, ‘Tinieblo’ –advirtió–. Estuve ocho años preso en la cárcel de Puente Grande, en Jalisco. Me agarraron en Guatemala, pero me escapé y ahora toda mi gente tiene que ser de más confianza que nunca. Por eso te tengo aquí, no quiero ningún pinche piloto que conozca gente aquí con la que pueda delatarme.
– Su nombre sí lo había oído, “tío” –recordó el piloto.
– En todas partes dicen que soy el jefe de cartel de Sinaloa. Pero eso no existe, mi grupo se llama es Alianza de Sangre. Yo he ido muchas veces a Suramérica: Argentina, Bolivia, Perú… más que todo a Medellín, donde tienen las mejores “morras” (prostitutas), voy a volver contigo y vas a ver de visita por acá a mucha gente importante de Colombia y Suramérica en general: empresarios, socios, abogados y un periodista que me hace favores y me pide plata a toda hora, recomendado por Carlos Castaño, el paramilitar que fue amigo de Pablo Escobar, a quien tanto admiro y tuve el honor de conocer. Después te voy contando más, y sigue aquí mientras llega la máquina nueva –salieron de la “palapa” y se despidieron: mano, abrazo y mano.
"Por eso te tengo aquí, no quiero ningún pinche piloto que conozca gente aquí con la que pueda delatarme".
II
Tres semanas después de haber llegado a una hacienda de Navolato, en México, para trabajar como piloto personal de ‘El Chapo’ Guzmán, el mexicano a quien el capo apodó ‘Tinieblo’, fue informado sobre la llegada, directamente de Estados Unidos, del helicóptero Bell Ranger 407, de cuatro aspas, nuevo, que él había recomendado comprar para cumplir con su compromiso de transportar exclusivamente al jefe del cartel de Sinaloa y a su familia.
“La noticia me la dio ‘El Durango’, quien solamente aparecía para atender los asuntos de ‘El Chapo’ que exigieran movimientos bancarios internacionales o trámites judiciales y gubernamentales”, relata el aviador.
– Mañana nos vamos, tu y yo, para el DF, a recoger la máquina. Tienes que traer tu licencia americana de la Federal Aviation Administration (FAA).
–La tengo al día, pero no sé si sea conveniente usarla en un plan de vuelo en México –advirtió.
– No, pero es bueno que la traigas. El plan lo armamos de otra manera y el que hablará durante el vuelo por radio con las torres de control será un “chilango” (persona del DF) para que nadie note ni pregunte nada raro.
Fueron por carretera hasta Culiacán y de allí volaron en avión de línea hasta el aeropuerto internacional Benito Juárez, del DF. Ninguno de los dos llevó equipaje, solamente se bajaron y fueron hasta un hangar privado, próximo a unas oficinas de la Procuraduría General de la República, en el que dos pilotos estadounidenses habían dejado el helicóptero nuevo, adquirido en la fábrica por ‘El Chapo’ para su servicio personal.
“Nunca supe, ni pregunté, cuánto había costado ni por medio de cuál de sus empresas lo había adquirido ‘El Chapo’. Pero, tiempo después, supe que el giro bancario con el que se pagó la Bell Helicopter lo recibió de una empresa legal manejada por el clan colombiano de los hermanos Cifuentes Villa, de Medellín, encargados de lavar la mayor parte del dinero del cartel de Sinaloa mediante una red multinacional descubierta tiempo después por el gobierno de Estados Unidos.
“El caso es que el aparato ahí estaba: listo para ser estrenado, flamante. Tenía escasas 12 horas de vuelo y venía con todos los ‘juguetes’”, recuerda ‘Tinieblo’.
– Voy a ver si ya está el plan de vuelo para irnos –avisó ‘El Durango’ mientras se alejaba para ir a buscarlo.
– Vaya, mientras tanto reviso el helicóptero –respondió el piloto que abrió enseguida las cajas de obsequios enviados por la casa Bell Helicopter: chaquetas para los dos tripulantes, guantes, gorras, gafas y overoles. Se puso uno de cada uno.
‘El Durango’, un hombre alto, con barba de chivo, regresó una hora después con un copiloto, alimentos y bebidas para consumir en el vuelo y una carpeta de documentos con la matrícula XB, distintiva de México, que le acababa de ser asignada al Ranger 407, recién llegado al país. También trajo el plan de vuelo autorizado para un piloto mexicano inexistente que, obviamente, no era ‘Tinieblo’.
Era como una alfombra persa voladora en el día de su estreno.
–¡Nos vamos, mi cuate! –gritó ‘El Durango’ mientras el copiloto, de aspecto indígena, que nunca se identificó, se comunicó por radio con la torre del Benito Juárez para alzar vuelo.
–Estamos parqueados en plataforma de la Procuraduría. Solicitando autorización para iniciar motores: destino Colima. Solicitamos autorización para darle marcha a los motores –pidió el copiloto en la jerga aeronáutica internacional con marcado acento del DF.
–Autorizado para iniciar turbina y desplácese vía calle Alfa hacia la plataforma de despegue –respondió la torre.
–Estamos en posición de plataforma de despegue, listos para despegar –repuso el copiloto.
–Despegue y notifique en el aire –ordenó la torre.
–Recibido, llamaré en el aire –anunció el piloto.
–Recibido –confirmó la torre.
–Estamos en el aire, solicitamos proceder condiciones visuales directo a Colima –pidió el copiloto.
–Autorizado proceder condiciones visuales.
El Ranger 407, de cuatro aspas, voló a ras del suelo por primera vez al mando de ‘Tinieblo’, hasta el punto autorizado por la torre de control y tomó altura.
“Era como una alfombra persa voladora en el día de su estreno”, cuenta el piloto. “Anduvimos largo trecho sobre la inmensidad de Cuidad de México, en sentido occidente, con dirección a Colima y luego, por fuera del plan de vuelo, pasamos a Acapulco, donde aterrizamos en unos talleres aeronáuticos en los que le fijaron al helicóptero, en los costados, avisos de la inexistente empresa ‘Minerales de México’”. Allí, también, le pintaron la matrícula legal, a la que el mismo piloto, cuando estuvo seca, le hizo dos cambios estratégicos con cinta pegante negra: Una F la convirtió en E y una C en O.
Ese día ‘El Durango’ me pagó en efectivo 12,500 dólares de mi primera quincena de trabajo y me gasté 6,000 con las ‘morras’ que aparecieron esa noche.
Al caer la noche, guardaron con llave el Ranger dentro de un hangar y se fueron a celebrar en una discoteca de la cadena “Mister Frogs”, sobre la carretera Escénica que lleva al aeropuerto.
“Ese día ‘El Durango’ me pagó en efectivo 12,500 dólares de mi primera quincena de trabajo y me gasté 6,000 con las ‘morras’ que aparecieron esa noche, entre las que había una colombiana espigada, de 23 años, cabello castaño, ojos verdes y unos centímetros más alta que yo”.
El copiloto bailó con todas las mujeres, bebió hasta caer inconsciente sobre una silla, pero nunca dijo su nombre. Con la resaca de la juerga en la que los tres hombres gastaron en conjunto cerca de 15,000 dólares, madrugaron a volar con un sol refulgente “que me hacía doler los ojos, a pesar de que llevaba puestas las gafas más gruesas que tenía”, confesó.
Bordeando la costa pacífica Mexicana fueron sin plan de vuelo hasta la antigua ciudad de Mazatlán, de medio millón de habitantes, donde bajaron a tierra para poner turbosina (combustible) y siguieron a la quinta de Navolato, días atrás bautizada “El zoológico” por el piloto, que estaba alojado allí desde que llegó a México.
Aterrizaron al lado de la piscina de “El Zoológico” y en el sobrevuelo circular que hicieron para anunciar la llegada espantaron a una manada inmensa de avestruces.
El ring ton, con la música del corrido “La Cucaracha”, anunciaba que al otro lado de la línea estaba el ‘El Chapo’.
–¡Es nuevo, güey! –exclamó un obrero de la casa y puso sus manos sobre el helicóptero, de color vino tinto.
–¡No manches! –le gritó ‘El Durango’ con enfado.
Pero todos corrieron a ver “el pájaro nuevo de ‘El Señor’”.
Una hora después de haber aterrizado, ‘El Durango’ recibió una llamada en uno de los siete teléfonos celulares que cargaba en el maletín de oficina que llevaba con él hasta cuando iba al baño. El ring ton, con la música del corrido “La Cucaracha”, anunciaba que al otro lado de la línea estaba el ‘El Chapo’.
–Tenemos que irnos ya a la Sierra Madre Occidental, “el señor” quiere ver la máquina –ordenó ‘El Durango’ apenas colgó la llamada.
–Vamos –respondió ‘El Tinieblo’.
– No te lo había dicho, pero te lo digo ahora, mi cuate: en adelante tienes que ponerles nombres nuevos a todos los sitios a los que vayamos.
– Como ordene, ‘Durango’. A este rancho ya le puse de nombre “El Zoológico” y lo voy a meter ya con ese nombre en el GPS.
– Los nombres solamente los vamos a conocer “El Señor”, tú y yo.
– Muy bien.
– Entonces, ahora vamos a estas coordenadas –ordenó mientras le alcanzaba un papel con los datos escritos con lápiz–. A ese lugar, antes de que “el señor” regresara, lo llamábamos “Laguna Díaz Mateus”.
–Listo, entonces lo voy a llamar “Matelosdías”.
–Bien, vámonos, mi cuate.
Les tomó 20 minutos de vuelo llegar a “Matelosdías”, un escondite entre un pliegue profundo de la Sierra Madre Occidental, una cordillera que cubre la totalidad del occidente de México (desde Jalisco hasta Sonora) y el extremo suroccidental de Estados Unidos. En esa región a ‘El Chapo’ no lo podía encontrar nadie. Desde el aire tiene enorme parecido con las montañas de los Andes.
“La maniobra para entrar fue difícil porque la aproximación al helipuerto tenía ramas enormes de árboles que llevaban años sin ser podados”, contó el piloto.
Entre la polvareda que levantó el Ranger 407 surgieron los 14 escoltas fusileros de la guardia personal de ‘El Chapo’, quien salió a medio vestir para ver su nueva máquina. Estaba acompañado de una “morra” risueña, de rostro achinado, vestida con una camiseta puesta al revés y un pantalón de pijama.
Las aspas todavía se movían cuando ‘El Chapo’ abrió la puerta para entrar al aparato y dos de sus hombres se aproximaron peligrosamente al rotor de cola que aún giraba. Se salvaron de ser decapitados porque ‘El Durango’ los hizo retroceder con gritos y empujones.
– Órale, ‘Tinieblo’, la máquina está repadre, ¡huele a nueva! –apuntó mientras acariciaba las sillas con las palmas de sus manos.
– Este aparato, “tío”, es una “alhaja”, como dicen en Ecuador, donde trabajé hasta hace poco – dijo el piloto.
– Bájate y vamos a la “palapa”, ‘Tinieblo’. Tengo que platicarte.
‘El Chapo’ pidió refrescos y ordenó que en el momento que terminara la reunión conmigo trajeran todas las pistolas y los fusiles “cuernoechivo” que hubiera guardados en “Matelosdías” para darme uno de cada uno. “Para que vivas tranquilo”, le dijo.
–‘Tinieblo’, necesito que les cambies los nombres a todos los lugares que frecuento.
–Ya me lo dijo ‘El Durango’, “tío”.
–Estos son días difíciles, güey. Los “guachos” (militares) y los “gabachos” (autoridades de Estados Unidos), andan detrás de mí, de día y de noche. Tú no puedes hablar aquí sino con los míos y no vas a volver a Miami en mucho tiempo. Algunas veces vas a poder ir a Culiacán con Cabiedes o ‘El Durango’, para que llames a tu familia. Aquí nadie sabe cuál es tu nombre, ni se los vayas a decir. Tampoco es bueno que sepas cómo se llaman los demás.
"Tu familia, por ahora, somos nosotros, ya te tenemos cariño. Y tu familia va a estar bien. Sólo te pido un sacrificio. No es que estés secuestrado, tranquilízate".
– En Miami, “tío”, no me dijeron que debía quedarme mucho tiempo y a mí me hace falta mi familia, sinceramente –intervino el piloto con voz desencantada.
– Órale, ‘Tinieblo’, tu familia, por ahora, somos nosotros, ya te tenemos cariño. Y tu familia va a estar bien. Sólo te pido un sacrificio. No es que estés secuestrado, tranquilízate.
– Deme seis meses aquí y unas semanas para ir a ver a mi familia, como se acostumbra en las petroleras.
– Ni modo, ‘Tinieblo’, pero ahí vamos viendo. Otra cosa que quiero decirte es que nunca vas a ver mis negocios en funcionamiento ni te vas a mezclar con la parte militar. Si algún día nos acercamos, voy a taparte la cabeza para que no veas porque si alguna vez te agarran, y la Virgencita no lo quiera, así te torturen, así te arranquen los brazos, no vas a poder decir nada.
“Preferí no reclamarle más al ‘El Chapo’ sobre mi amargura por los términos que me acababa de imponer”, cuenta el piloto.
– Ahora, pongámonos a ver lo de los nuevos nombres, para que quedemos tranquilos desde hoy –sugirió el jefe del cartel de Sinaloa y desplegó un mapa con las coordenadas marcadas.
– Bueno, yo anoto aquí y luego meto la información en el GPS del helicóptero.
Antes de una hora tenían las nuevas denominaciones de los once escondites principales del capo: “Salsipuedes”, “Tuyasabes”, “El Cocinero”, “La Verga”, “Matelosdías”, “El Zoológico”, “la Escalera”, “Los Micos”, “La Cuchara”, “El Tequila” y “El Borracho”. Cada nombre surgió de alguna circunstancia relacionada con el lugar. Por ejemplo, “El Borracho”, correspondió a que ‘El Chapo’, según dijo, mandó matar a un buen amigo que una noche de luna se emborrachó y se dedicó a disparar al aire la carga entera de un fusil.
– ¡Díganle a ‘Doblecero’ que venga ya! –gritó ‘El Chapo’ cuando dio por terminada su plática con el piloto.
– Aquí estoy, señor –se anunció ‘Doblecero’, el encargado de la seguridad. Traía una enorme caja de madera y detrás de él llegaron dos de sus subalternos con cerca de 15 fusiles AK-47.
– Te voy a dar uno de cada uno, ‘Tinieblo’. Escoge.
– No, “tío”, muchas gracias, pero no necesito armas. Soy el único aquí que no tiene enemigos.
– Imposible, ‘Tinieblo’, por aquí las únicas que no tienen armas son las “morras” –aseguró ‘El Chapo’.
“Terminé por escoger una pistola Browning GP-35 de 9 milímetros y un ‘cuernoechivo’” común y corriente”, contó el piloto.
– Para que te sientas mejor, te voy a dar un “cuernoechivo” de más, pequeño. Un regalo especial para ti. Por nuestra amistad, güey.
‘El Chapo’ regresó fresco, con una gorra de beisbolista, una camisa azul de seda y tenis Adidas. Dejaba a su paso una estela olorosa de Santos, de Cartier, uno de sus perfumes favoritos.
‘El Chapo’ fue a vestirse, me pidió que lo esperara y de pronto su tropa de fusileros comenzó a correr desordenadamente al percatarse del paso, a mucha altura, de un helicóptero de los “guachos”.
La nave desapareció por el norte y aproveché para darles una instrucción: “La próxima vez no corran porque previenen a los pilotos de los helicópteros y nos caen encima creyendo que aquí hay un laboratorio, un muerto, un prófugo… Por el contrario, salúdenlos”.
‘El Chapo’ regresó fresco, con una gorra de beisbolista, una camisa azul de seda y tenis Adidas. Dejaba a su paso una estela olorosa de Santos, de Cartier, uno de sus perfumes favoritos. Llevaba tomada de la mano a la “morra” achinada con la que había pasado los últimos cuatro días, y traía terciado su “cuernoechivo”, completamente bañado en oro. La cacha de la pistola, también de oro, que llevaba en la cintura tenía escrito con incrustaciones de esmeraldas colombianas: ‘El Chapo’.
Subió al puesto del copiloto, me pidió que voláramos hasta “El Zoológico” y allí la “morra” siguió en una “troca” hasta el cercano pueblo de Navolato para tomar un avión que la llevaría al DF.
En la “palapa” de “El Zoológico”, ‘El Chapo’ ese día se encerró durante varias horas con un grupo de gente de la Procuraduría, proveniente del DF, y un par de abogados asustadizos.
En esa misma estancia, meses después, recibió al que decían era un general colombiano, vestido deportivamente. A sus espaldas, ‘El Chapo’ lo llamaba ‘El Muelón’.
“El acento del hombre sí era, sin lugar a dudas, colombiano”, aseguró ‘Tinieblo’. “Es todo lo que sé de él”.
Sobre las cinco de la tarde, llegó un Bell viejo, de dos aspas, de los que la organización tenía cuatro, que llevaba inscrito en los costados el mismo aviso del nuestro: “Minerales de México”. Sin apagar los motores, desembarcó una mujer rubia, alta, de senos abultados y una dentadura impecable. Preciosa. Traía dos maletas. ‘El Chapo’, una media cabeza más bajo que ella, corrió a saludarla con un extenso beso en la boca, embarcamos con ella y alzamos vuelo.
“Vamos para ‘La Cuchara’, ‘Tinieblo’”, ordenó mientras le terciaba el cinturón de seguridad a la mujer con el pretexto principal de acariciarle los senos. Ella le respondió con una mueca forzaba de afecto.
– ¿Sabes que ‘Tinieblo’, como yo, también conoce tu tierra?
– Mucho gusto, ‘Tinieblo’ – saludó la mujer con acento propio de la ciudad de Cali–, ¿qué hacés por aquí?
– Lo mismo que tú –contestó el piloto con un gesto malicioso.
“¡Pinches periodistas de la chingada!”, exclamaba para sí mismo al leer determinados titulares y, abstraído, sonreía con nerviosismo.
Durante el vuelo, ‘El Chapo’ se entretuvo leyendo recortes viejos de periódicos de todo el país sobre su fuga del Penal Federal de Puente Grande, ocurrida el 19 de enero de 2001. Se los habían llevado los delegados de la Procuraduría del DF con quienes estuvo reunido esa tarde.
No se le escapaba detalle de las noticias sobre su fuga, y la incesante cacería en su contra, organizada principalmente por Estados Unidos con las tácticas que habían permitido matar a Pablo Escobar, uno de sus ídolos, sobre un tejado de Medellín, el 1 de diciembre de 1993.
Daba la impresión de que ‘El Chapo’ conocía las fuentes secretas y el cuidado con que había sido escrita cada noticia que leía sobre él. A veces sentía que contenían mensajes cifrados para tener en cuenta. Se olvidó de la “morra” de Cali que viajaba a su lado hasta que exploró todos los artículos, cortados con tijeras, que le llegaron.
“¡Pinches periodistas de la chingada!”, exclamaba para sí mismo al leer determinados titulares y, abstraído, sonreía con nerviosismo.
III
– Mi mamá es muy religiosa y le gusta ir a todas las peregrinaciones –le contó de buenas a primeras ‘El Chapo’ Guzmán a su piloto personal.
–Se ve que la viejita es muy devota –respondió por decir alguna cosa.
Cuando estaban volando, ambos hablaban por medio de los intercomunicadores internos del helicóptero Bell Ranger 407 para evadir el ruido del motor.
– Oye, mano, ¿sabes por quién ora mi madrecita sin parar?
– ¿Por usted, “tío”?
– No, por Arturito, ‘El Pollo’, mi hermano –contó ‘El Chapo’, afligido, con su fusil de oro ”cuernoechivo” sobre su pecho. Esa mañana llevaba puesta una chamarra (chaleco) antibalas que, decía, se lo había vendido un proveedor colombiano en el DF. Hablaba nostálgico mirando por la ventana del puesto del copiloto.
– Pobrecita –lamentó el piloto que en múltiples ocasiones debió volar sólo con ella para llevarla a ver a su hijo y responderle los avemarías, que rezaba para que el helicóptero no se cayera.
– No hay nada peor que ver sufrir a una madre. Me quedan cicatrices en el alma.
– Muy duro, “tío”.
– Esta máquina es muy fuerte, ¿verdad, ‘Tinieblo’?
– Depende para lo que la quiera. Es, sobre todo, versátil.
– Óyeme bien: vamos a sacar a Arturito del Penal del Altiplano con esta pinche máquina. Yo sé que tú puedes. Eres el mero-mero, bendito sea Dios.
– Lo veo difícil, “tío”.
– Le ponemos a esta máquina un altoparlante regrande que me están buscando en el DF y llevamos colgada con cables de acero una caja blindada para que Arturito se suba ahí. Desde el parlante gritamos que no disparen, que hay una bomba en el penal, que estén todos quietos porque ya va a llegar otro helicóptero para desactivarla.
– Con un disparo de fusil que nos hagan, nos caemos, “tío”. A mí ese plan no me suena.
–No me digas eso. Tengo manera de pedir que a los fusiles que ese día tengan en las manos quienes estén de guardia en el penal les quiten los percutores antes de entregárselos. Así, si disparan no pasa nada. Tengo mi gente, por la plata baila el perro, ‘Tinieblo’.
– Pero, me imagino que una cárcel de máxima seguridad, como esa, tiene que tener innumerables sistemas de defensa, si falla uno, accionan otro.
–Pinche ‘Tinieblo’. ¡Para eso está mi plata! A Arturito lo sacan a tomar sol a las once de la mañana y ahí es cuando llegamos, de una vez hablando por el altoparlante: “¡Atención, no disparen que hay una bomba en el penal!”. Enseguida, bajamos la caja blindada. ‘El Pollo’, que ya estará avisado, se sube y nos vamos a darle el regalo a mi madrecita –expuso ‘El Chapo’, con los ojos más abiertos que nunca.– ¿Qué dices, mi cuate?
– Yo nunca he hecho algo así, “tío”, ni creo que lo haría, para serle sincero.
– Mi madrecita todos los días le pide ese milagro a la Madre Santísima, mano.
La conversación se cortó, pues llegaron al refugio montañoso de “Los Micos” y el piloto debió concentrase en el descenso. Al tocar tierra, ‘El Chapo’ se dirigió, caminando ligero y con el ceño fruncido, a la “palapa” del lugar para platicar con el hombre al que más respeto le guardaba, y algunas veces más bien parecía tenerle miedo: Ismael ‘El Mayo’ Zambada García.
El tema que iban a tratar en la reunión era espinoso: en Chimbote, amazonas peruano, había sido incautada una fortuna en efectivo de 80 millones de dólares que el Cartel de Tijuana junto con el de ‘El Mayo’, debieron haberle llevado al ‘El Chapo’ en esos días.
El dinero lo transportaba Miguel Ángel Morales Morales, hombre de confianza de “El Mayo”, quien antes había liderado el naciente Cartel de Sinaloa. Los jefes originales de esta última organización, para esta época ya toda bajo las órdenes de ‘El Chapo’, fueron los hermanos Ramón y Benjamín Arellano Félix.
Ramón, uno de los fugitivos más buscados por el FBI en 2002, intentó matar al “El Mayo” en Mazatlán (Sinaloa), durante la tradicional fiesta del Domingo de Carnaval, pero el segundo se valió de la Policía Ministerial de Sinaloa para que matara a toda la banda de sicarios encargada de cometer el crimen.
Excepto quienes estuvieron en la reunión, nadie supo cómo se saldó un lío de 80 millones de dólares que pudo haber terminado en un inmediato duelo a muerte.
Otro de los hermanos Arellano Félix, Francisco Rafael, fue asesinado durante una fiesta familiar en Baja California por un payaso que sacó un revólver de uno de sus enormes bolsillos y le disparó al narcotraficante en la cabeza y el tórax al final de la representación cómica para la que fue contratado, y huyó.
Durante la reunión de ‘El Chapo’ con ‘El Mayo’ en la “palapa” de “Los Micos”, desde afuera se podía adivinar que la espesura del ambiente se podía cortar con machete.
‘El Chapo’ sostenía que el dinero se había perdido por culpa de Hebert Salina Suárez, contacto de ‘El Mayo’ en Bogotá, quien logró escapar de la acción policial en Chimbote.
Excepto quienes estuvieron en la reunión, nadie supo cómo se saldó un lío de 80 millones de dólares que pudo haber terminado en un inmediato duelo a muerte.
‘El Chapo’, solemne y silencioso, llevó ese día la “cuernoechivo” de oro y el mejor de los chalecos antibalas para el caso que le hubiera tocado matarse, cara a cara, con ‘El Mayo’, contó el piloto.
Los dos narcotraficantes se despidieron al terminar el encuentro con la mejor manifestación de amistad frente a sus hombres: se estrecharon las manos, se abrazaron y volvieron a estrecharse las manos. Incluso, ‘El Mayo’, en un gesto más de confianza, pidió que lo llevaran hasta un rancho suyo en el Bell Ranger de su colega.
Con una manifestación que denotaba todavía mayor cortesía y amistad, ‘El Chapo’ le pidió que ocupara la silla del copiloto y le abrió la puerta para que entrara.
Durante los primeros 10 minutos de vuelo nadie habló, hasta cuando ‘EL Mayo’, que llevaba un chaleco antibalas más grande que el de ‘El Chapo’ y el “cuernoechivo” apretado contra el pecho, comenzó a golpear la palanca principal de vuelo, “el cíclico”, con la cacha del fusil.
En el puesto del copiloto hay una palanca de esas. Es duplicado activo de la que el piloto maniobra entre sus piernas durante el vuelo. Al manipular cualquiera de las dos, se mueven ambas.
– Señor, no golpee la palanca. Cada vez que la toca la nave cabecea y podemos irnos al suelo en picada –le pidió el piloto a ‘El Mayo’, que era unos años mayor que ‘El Chapo’.
– ¡Yo hago lo que se me dé la chingadera madre, chingón hijo de la chingada!
– Me excusa, pero cada vez que le pega a la palanca con la cacha del “cuernoechiovo” nos pone en peligro de muerte a todos, incluido usted.
– ¡Órale, chaparro chingón, este aparato también es mío y hago con él lo que me dé la gana! –contestó ‘El Mayo’, que llevaba sombrero alón de paño y botas de avestruz.
– Es un favor que le pido por el bien de todos –insistió el piloto y el capo aceptó recoger el fusil y llevarlo así hasta el destino final, donde se apeó sin despedirse.
Mientras el Bell Ranger volvía a tomar altura, ‘El Chapo’ ordenó: “Vamos a ‘Tuyasabes’, ‘Tinieblo’”.
– ¿Sabes una cosa, ‘Tinieblo’?
– Dígame…
– Mis colegas de Medellín son unos avezados. A mí me hace falta tener unos chingones como los que tuvieron Rodríguez Gacha o Pablo Escobar: que hagan valer a su jefe. Eran chingones muy bravos, como Leonidas Vargas, ¿lo oíste nombrar?, que era un carnicero de a de veras. Por eso me gusta la gente de allá, ‘Tinieblo’. Allá se respeta por que se respeta a los jefes, güey –decía el capo, iracundo, por la reunión en la que pensó que iba a matarse con ‘El Mayo’.
– ¿Cuántas veces ha ido a Colombia, “tío”? Yo también he volado por allá y por Perú. Por casi toda Suramérica.
‘El Chapo’ hablaba con entusiasmo sobre las oportunidades en que departió con Pablo Escobar, su ídolo, y lamentaba la manera como había muerto.
– Muchas. Comencé a ir en mis lear jet. Aterrizaba en Turbo; en el aeropuerto “Los Cedros”, de Apartadó; en “Las Brujas”, de Corozal… Yo me bajaba en las cabeceras de las pistas para subirme a coches Hummer blindados, en los que me llevaban a ranchos de Salvatore Mancuso, un italiano, y de otros. Cuando iba a Medellín me quedaba en Montecasino, de Vicente Castaño y de Carlos, el menor, un chingón bastante loco, amigo mío. También me alojaba en el Hotel Las Lomas, de los hermanos Ochoa, unos cuates socios de Pablo Escobar. Cualquier día volamos a Colombia y ya verás que traemos unas “morras” de allá, que son cariñosas: le dicen a uno “papito” –contaba ‘El Chapo’. Eran las retahílas características que soltaba después de las oportunidades en que lo alteraban otros capos, como lo hizo esa tarde ‘El Mayo’·
Colombia era su paradigma.
Muchas veces le recitó al piloto con nostalgia que, por culpa “del pinche ‘El Mayo’”, había perdido un avión Boeing 707 que cayó en poder de la DEA en el aeropuerto de Bogotá. Había llegado cargado de dinero y debía regresar con varias toneladas de cocaína pero terminó sus días pudriéndose en la zona militar conocida como CATAM (Comando Aéreo de Transporte Militar) hasta cuando fue despresado y vendido por pedazos a tribus de gitanos que lo fundieron para convertirlo en ollas, cacerolas y calderos artesanales que vendían en los barrios pobres.
“Muchos pilotos colombianos conocían el origen de ese avión y contaban que lo vieron acabarse a la intemperie durante muchos años”, contó ‘Tinieblo’.
‘El Chapo’ hablaba con entusiasmo sobre las oportunidades en que departió con Pablo Escobar, su ídolo, y lamentaba la manera como había muerto. Tenía en la memoria que mucha de la cocaína que le llegaba provenía de un lugar llamado Barrancominas, Colombia, por lo que, según decía, le estaba agradecido a las FARC por dejarla producir.
Sabía que en la hacienda Los Pájaros, de Pablo Escobar, “cerca al pueblo de Caucasia”, precisaba, se empacaban los principales cargamentos de cocaína que le llegaban a México. En ese lugar, provisto de una pista aérea legal, los embarques eran alistados por Gildardo Peláez, alias ‘La Yuca’ y un capitán de la policía colombiana de apellido Castañeda.
La mayor parte de los embarques llegaban con la droga en paquetes de un kilo cada uno. Por lo general, iban marcados con la cara de un indígena pielroja, un escorpión y una estrella de David. Cada símbolo indicaba de qué proveedor procedía la droga.
Aterrizaron en “Tuyasabes” ya entrada la noche, guiándose solamente con las lámparas exteriores del helicóptero.
La mayor parte de los embarques llegaban con la droga en paquetes de un kilo cada uno. Por lo general, iban marcados con la cara de un indígena pielroja, un escorpión y una estrella de David.
‘El Chapo’ salió de un salto y ordenó: “¡Díganle a Chabela que venga!”. Era la cocinera del lugar, de unos 20 años, tosca y guapa.
Una “morra” que debía estar allí esa noche, proveniente de Acapulco, se quedó esperándolo en Navolato. No pudo recogerla por culpa de la larga reunión que esa tarde debió sostener con ‘El Mayo’.
Se encerró con Chabela en la habitación y, como siempre, al pie de su puerta se instalaron a pasar la noche despiertos dos de sus fusileros con sendos perros guardianes.
Era excepcional que ‘El Chapo’ pasara una noche sin una mujer y con la que menos estaba era su propia esposa. A todas les aseguraba que eran la única.
“En cada uno de los huecos donde se escondía el ‘El Chapo’ yo tenía tres mudas de ropa, útiles de aseo y escondites en los que guardaba el dinero en efectivo de mis sueldos”, contó el piloto.
Al día siguiente, ‘El Chapo’ desayunó a las 10 de la mañana y luego pidió que ‘Tinieblo’ fuera a hablar con él en la “palapa”.
– Órale, güey, te tengo un regalo de museo, repadre, una de las joyas que más aprecio –estaba eufórico esa mañana y sacó una cartera de cuero.
–Muchas gracias, “tío”, ¿qué es?
–Debes saber una cosa –advirtió y le entregó la cartera.
‘Tinieblo’ la abrió: era una pistola nazi Luger de cañón extralargo. Impecable a pesar de tener 60 años. Estaba acompañada de dos proveedores y 100 proyectiles calibre 9 milímetros.
– Debes saber que me desprendo de esta joya de museo. Es para ti, mi cuate.
El piloto se incorporó para agradecerle al ‘El Chapo’ con un abrazo.
– Y ahora, ¿qué me dices de lo que te platiqué para sacar a Arturito del penal?
– “Tío”, sinceramente, lo veo muy difícil, pero sigamos viendo la posibilidad.
– ‘Tinieblo’, si me sacas a Arturito te regalo la máquina, ese mismo día es toda tuya y, además, te llevas un millón de “piel de sapo” (dólares). Piensa nomás en mi madrecita que sufre –imploró.
Nunca sacaron a Arturo del penal, donde fue asesinado tiempo después, a pesar de que ‘El Chapo’ no dejó de insistir, sin forzar al piloto.
Una tarde, en la que caía un diluvio desde la noche anterior y resultaba imposible alzar vuelo, el piloto optó por pedirle a ‘El Chapo’ una historia que le tenía prometida de tiempo atrás.
– “Tío”, usted una vez me contó que mataron a un cardenal creyendo que era usted.
– Sí, ‘Tinieblo’. Fue en 1993. En mayo, mes de la Virgen. Se llamaba Juan José Posadas Ocampo, un monseñor, alma bendita. Era el arzobispo de Guadalajara que iba para el aeropuerto a recoger al Nuncio Apostólico para dar una misa en el día de Cristóbal de Magallanes y sus compañeros mártires que habían pasado a ser santos.
–¿Usted iba con el cardenal?
– No, ‘Tinieblo’, a mi me querían matar unos chingados de Jalisco y creyeron que yo había llegado al aeropuerto disfrazado de cardenal. Me estaban esperando y cuando monseñor Posadas se bajó de su coche le metieron todos los tiros que pudieron.
– Usted se salvó de puro milagro, “tío”.
– Sí. Pero se armó tanto escándalo que eso me perjudicó. La Procuraduría dijo que las balas eran para mí, el pinche presidente Salinas de Gortari no dejó que le hicieran autopsia al monseñor y eso empeoró las cosas. El papa, Juan Pablo II, se metió en esa chingadera y en todos los periódicos me nombraban a mí, ‘Tinieblo’.
Cuando amainó la lluvia, volaron a La Tuna pueblito de Badiraguato (Sinaloa), donde ‘El Chapo’ nació el 25 de diciembre de 1954. Iba a visitar a su mamá y el pueblo entero, de 5,000 habitantes, se enteró. Debieron aterrizar en medio del tumulto. Muchos nunca lo habían visto en persona y en un estallido de histeria colectiva se lanzaron a tocarlo, lo alzaron en hombros y solamente faltaron unos pocos centímetros para que las aspas en movimiento del helicóptero lo hubieran decapitado.
‘El Chapo’ regalaba casas y prestaba sus helicópteros para llevar enfermos a los hospitales. Muy pocos se enteraban de sus grandes maldades.
“Yo me daba cuenta de que algo muy malo habían hecho los fusileros de ‘El Chapo’ cuando aparecían en determinados lugares, embarrados, exhaustos y con salpicaduras de sangre en las ropas”, contó el piloto.
Frecuentemente, el capo pasaba noches en vela oyendo, una y otra vez, los últimos corridos que le dedicaban y se los aprendía de memoria. Tenía claras ambiciones primitivas de grandeza.
Nunca olvidó el lema de Pablo Escobar, su ídolo, que también era el de todos los narcos mexicanos. De vez en cuando lo recitaba, principalmente cuando estaba nervioso: "Prefiero una tumba en Colombia que una celda en los Estados Unidos".
“Puedo decir que tuve gran empatía con él, a pesar de que durante los años que trabajé a su lado nunca me permitió viajar a visitar a mi familia”, sostiene ‘Tinieblo’, quien, finalmente, logró salir con vida.
“Algún día podré hablar con más detalles y dar la cara. No lo hago ahora por precaución, pues al piloto que trabajó para ‘El Chapo’ antes que yo siempre sospeché que lo había asesinado. No tiene escrúpulos y por eso estos días he estado pensado que si ahora, que está preso, le proponen algo como delatar a ‘El Mayo’ Zambada a cambio de algún beneficio, lo hará y lo volveremos a ver libre”, preciso el piloto.
Nunca olvidó el lema de Pablo Escobar, su ídolo, que también era el de todos los narcos mexicanos. De vez en cuando lo recitaba, principalmente, cuando estaba nervioso y con él rompía largos silencios de reflexión:
– "Prefiero una tumba en Colombia que una celda en los Estados Unidos", ese cuate murió en su ley –pensaba.
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