Cada vez que cae un capo de la droga en México, aparece otro: menos conocido y más violento. No se trata sólo de los herederos de sangre de los grandes cárteles del narcotráfico, sino de sicarios que escalaron en las estructuras de sus organizaciones y que hoy encabezan alguno de los 130 grupos criminales que operan en el país.
Este es el guión de la película que los mexicanos han visto desde que el gobierno federal emprendió “la errada” estrategia del “descabezamiento” de las bandas criminales, dice Martín Barrón, investigador del Instituto de Ciencias Penales (Incipe).
Si en el arranque del siglo XXI había en México siete grandes carteles vinculados al tráfico de drogas, ahora hay aproximadamente 130 grupos, afirma. “Las autoridades afirman que son 9 las grandes organizaciones, pero olvidan todas sus fracciones en los estados”.
Esas “fracciones” son bandas criminales muy violentas, compactas, que controlan a sangre y fuego sus territorios de influencia bajo las órdenes de líderes sin el arraigo ni la capacidad de control que en el pasado tuvieron los grandes capos. Se trata, por el contrario, de grupos que operan en zonas muy específicas, de estructura ligera y con una alta capacidad para multiplicarse.
De estos ha surgido esa nueva generación de líderes del narcotráfico, responsables de la crisis de violencia que atraviesa México. Era previsible, dice Barrón. “Al mandar a la cárcel o privar de la vida a algún líder, viene un desajuste en la organización interna del grupo delictivo y un clima de violencia en la lucha por el relevo”.
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