Estados Unidos.- No fue una coincidencia. En las últimas horas de la presidencia de Obama, funcionarios mexicanos escoltaron hasta un avión al narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, y lo entregaron al gobierno estadounidense para que se le pueda enjuiciar en Nueva York.
Su extradición ocurrió años después de una diplomacia meticulosa. Se necesitó convencer al gobierno de Enrique Peña Nieto de que el sistema de justicia estadounidense estaba mejor equipado para sacar a Guzmán, el violento líder del Cartel de Sinaloa, del tráfico de drogas.
No fue una tarea fácil: la relación de Washington con México se ha tensado a causa de un desequilibrio de poder y a desaires por parte de Estados Unidos.
Al completar la extradición bajo el mandato del presidente Barack Obama, México pareció premiar a una administración que fue respetuosa. Así, también se aseguró de que no se considerara como una concesión al presidente Trump, quien hizo de la difamación de los mexicanos un tema central en su campaña.
Los funcionarios de Obama tuvieron éxito porque intentaron convencer, no intimidar, a sus contrapartes mexicanas. Esto encajó con la estrategia más amplia de la administración para América Latina, basada en el pragmatismo y la cooperación. Sería tonto que Trump menospreciara la lección que le presenta esta situación.
Líderes en América Latina observaron la campaña presidencial de Trump con fascinación mórbida, siguieron el periodo de transición con temor y seguramente quedaron atónitos con su discurso de toma de protesta.
Mientras que Trump ha dicho que el déficit comercial que Estados Unidos tiene con México es una calamidad, no reconoce algunas verdades. Desde que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte entró en vigor en 1994, el comercio con Canadá y México se ha disparado, una oportunidad para empresas y trabajadores estadounidenses en varias industrias. El aumento de la prosperidad en México provocó que la migración ilegal a Estados Unidos disminuyera drásticamente. Es probable que una guerra comercial ponga a la economía mexicana en dificultades y provoque una nueva ola migratoria.
Los funcionarios mexicanos se han rehusado con prudencia a empeorar la tensión con Trump. Pero si concluyen que es imposible tener una relación respetuosa y mutuamente provechosa con Estados Unidos, cuentan con estrategias que podrían obstaculizar la agenda de Trump.
México podría dejar de controlar rigurosamente su frontera con Guatemala, lo cual podría provocar que más personas intenten entrar a Estados Unidos. También podría hacer más para alentar inversiones por parte de China y Rusia, que están dispuestos a fortalecer lazos con América Latina. Además, podría terminar con una sólida cooperación en cuanto al control de la droga y la inteligencia, lo cual haría que los estadounidenses estuvieran menos seguros.
México ha dejado bien claro que ese no es el acercamiento que desea tomar. Si la nueva administración se basa en los éxitos de Obama, puede que México no sienta jamás la necesidad de hacerlo.
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