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La historia de Jota Erre un narco de Culiacá antes el cártel era uno,no había las broncas de hoy, donde tienes que definirte si trabajas pa'l Chapo Guzmán o pa' los Beltrán

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La historia de Jota Erre un narco de Culiacá antes el cártel era uno,no había las broncas de hoy, donde tienes que definirte si trabajas pa'l Chapo Guzmán o pa' los Beltrán.

Intento número uno. Todo empezó así: estaba yo en mi cantón, oyendo a Chamín Correa bien acá, cuando llegó un primo que había bajado de la sierra bien cuajado, bien billetudo. "Pariente —me dijo—, ocupo una gente de harta confianza pa' bajar la mota a Culiacán". Y no sé, como que ves, en un jale de ésos, una ilusión de hacerte rico y dices chingue a su madre, de aquí soy. Yo ya estaba fastidiado de vender productos naturistas. Aquí en Culiacán a la raza no le interesa morirse de un infarto o del azúcar, y pos casi no vendes. ¿Y qué hice? Le entré. Pa'qué te digo que no, si sí. Además, en esos años, te hablo de los noventa, el jale estaba tranquilo. . Como si uno no supiera que, escojas a quien escojas, de todas maneras te van a matar. Total que mi cabeza de volada se puso a hacer cuentas y la verdad resultaba una buena pachocha irme de motero. Mi amá se enojó, pero no le hice caso. Ya ves que los sinaloenses somos mitad tercos y mitad vale madres. "Nomás te voy a decir una cosa cabrón —me dijo mi amá—. Si te matan, que Dios no lo quiera, no vengas a aparecerte por aquí, que ya con el ánima de tu padre tengo suficiente".


(Culiacán. Jota Erre serpentea por la avenida Lázaro Cárdenas, a la altura de la colonia Popular. La estética Ilusión está cerrada porque la dueña, Micaela Cabral, recibió hace pocos días la visita de un tipo que no fue a cortarse el pelo. Fue a decirle "te traigo un regalo", sacó la nueve milímetros y le disparó seis veces. Jota Erre se sabe ésta y otras historias del puñado de muertos que deambulan por estas calles. Él no quiere morir. Por eso me ha pedido que no ponga su nombre. Tampoco le gustaría que hable del trabajo por el que conoció al Hijo del Santo ni que describa su rostro. Acepta, eso sí, decir que hoy se dedica a la cantada, que tiene dos mujeres y que roza los cuarenta años.

Ése fue el trato. Y, una vez aceptado, nos trepamos a un auto que le diría a cualquier valet que recibirá buena propina, y Jota Erre aceleró como si pisara una serpiente. Así llegamos hasta aquí, el cruce con la calle Río Aguanaval, la última parada de Micaela.

Jota Erre dice que esa cuarentona no estaba involucrada en la mafia, que la han de haber tumbado porque, últimamente, en Culiacán se mata por capricho. Y tiene razón: en febrero, el mes que terminó ayer, hubo más muertos que días: 41 de los 130 en todo Sinaloa. Hasta podría decirse que en esta ciudad la tasa de natalidad, 1.5 por día, se controla por el mismo número de asesinatos.

Pero no quiero desviarme del tema; yo he venido aquí a escuchar la verídica historia de Jota Erre).

Tú sabes que no sólo de pan vive el hombre y ai te voy tendido como bandido a Tamazula. Yo me wachaba como el jefe de los moteros, con una troca bien chila y con el cuerno bien terciado. Y nada, bato. Llegué de achichincle. De pinchi gato. Y pos a trabajar, ni modo que qué. Ahí aprendí que pa' que no nos vieran los helicópteros de los guachos, teníamos que ir a un arroyo a empaquetar la mota en greña. Y eso sí: nada de hablar ni agarrar cura con los compas. Si dices algo o te andas riendo, el jefe te suelta un chingazo.

¿Has estado cuando empaquetan la mota? Chale, entonces no has vivido. Como nadien habla nomás se oyen los ruidos de los gatos hidráulicos y de la cinta canela. ¿Sí sabes que con los gatos se hacen los cuadritos? Pos sí, con esa madre armas los paquetes, y ya luego los envuelves con hule delgadito, del que usan las doñas en la cocina, y después viene la cinta canela. Les echas grasa pa'que no se mojen cuando los lleven por mar, y al final les avientas otra pasada de hule y cinta. Eso hice durante tres meses, hasta que se juntaron como cinco toneladas. "Tú y tú van a bajar la mota", nos dijo mi primo y nos dio un radio de esos de banda corta y las llaves de los camiones. Y ai te fui, siguiendo a los punteros, los weyes que van en las cuatrimotos diciéndote si hay guachos o no. Todo iba bien, pero como el jale lo haces de noche, pos no miras muy bien y yo me fui a estrellar. Tuvieron que mandar otra media rodada, pasamos la mota en friega y nos quedamos en un pueblo porque nos amaneció. Total que pa' no hacértela tan larga, entregué el jale en Culiacán y me lancé a cobrarle a mi primo. "En la vida todo se paga —me dijo—. Y tú desmadraste un camión". "Pero pariente, no chingue, si no fue porque quise", le contesté. "Nada, nada pescadito, cuentas claras, amistades largas". Nomás porque mi amá es su madrina, sacó doscientos pinchis dólares. Le valió madre que le haya dicho que me había rifado al cien. Pinchi bato. Si yo no sé por qué me aferré. Desde esa vez debí haber entendido que en el narco está duro el piojo.

Vida mafiosa. Sentado en una hielera y escuchando un corrido le jalé a un cuerno de chivo, rodeado de mis amigos con los versos recordaba todo lo que en mi vida he sido, canta el Coyote ahora que Jota Erre maneja por los Huisaches, un arrabal donde la mayoría de los jóvenes piensa que la mejor salida es la fama y el sabor de una muerte violenta.

—La chamacada de hoy está enferma de mafia —me dice este Jota Erre que, vale contarlo de una vez, habla tan rápido que parece estar en una lucha constante contra un cronómetro—. Los plebes le entran al negocio nomás pa' rozarse con el Macho Prieto o con el Chino Ántrax, los pistoleros del cártel. Entran pa' decir que son gente del Chapo o del Mayo Zambada, y así imponer respeto y sentirse la cagada más grande. Quieren andar en una troca pa' darse una vuelta a las prepas y subirse una morrita…

—Pero al final tienen dinero, ¿no? —lo interrumpo.
—¡Ni madres! —y pega en el volante para reafirmar sus palabras—. Las trocas que traen son robadas, porque los jefes se los permiten pa' trabajar; la ropa que usan es china, chafa, pura imitación; las pistolas tampoco son suyas, y si conocieras en la ratonera que viven te darían más lástima.

—Pintas una vida muy distinta a la que aparentan.
—Yo anduve en el negocio, tengo amigos en él, y puedo decirte que un setenta por ciento, si no es que más, está bien jodido. Se gastan lo poco que ganan en droga y pisto. Aquí en Culiacán a nadien le gusta confesar su pobreza, prefieren pedirte fiado y decirte que es pa' una inversión.
Intento número dos. "Quihubo bato —me dijo un compadre por teléfono—. Se lo voy a decir rapidito porque estos tratos no debe escucharlos ni la sombra de uno". Y que me suelta que quería mis servicios pa' mover cocaína. Hasta bendije a los pinchis colombianos. Y no sé, como que me dieron ganas de brindar conmigo mismo, con mi alma se puede decir. Y ai me tienes yendo a su cantón pa' que me explicara el jale. Neta que me waché en Bolivia, en Perú, en Colombia y en todos esos pinchis países drogos. Y nada. Mi compadre me mandó a Mexicali. Me dijo que rentara una casa pa' guardar la coca, que yo la iba a recoger en el Golfo de Santa Clara y que otro bato la cruzaría por California. Pero qué coca ni qué nada, era mota. "Ni modo —me dije—. Y me eché un gallo, pero nomás pa' que apestara".

En el primer jale no tuve problemas. La mota llegó a su destino. La bronca fue que mi compadre no me pagó. "Es que tenía deudas, pero pa'l siguiente cargamento tiene su dinero", me prometió.

Ese segundo cargamento fue en Semana Santa. Me acuerdo porque durante el día nos vestíamos de turistas. Ya sabes: bermudas, sandalias y lentes oscuros. Ya en la noche íbamos a donde estaba el faro descompuesto, que se conoce como El Machorro. Ahí esperábamos a los pangueros. Una de esas noches les echamos tres veces la luz de la lámpara pa' decirles que se acercaran, que ya estábamos listos. Pero ellos nos contestaron con dos luces. Y dos luces, por si no sabes, es que hay peligro. Echamos un zorro alrededor, pero todo estaba bien oscuro y no vimos nada. Decidimos aguantar. Y no sé, pero en una de ésas waché hacia el faro y que alcanzó a ver a un bato prendiendo un cigarro. "¡Ya nos cayeron, fuga, fuga!", les dije a mis compas y en friega nos abrimos. Yo venía en una troca que traía la gasolina pa' los pangueros y, ¡madres!, que se atasca en la arena. No, pos patas pa' qué las quiero. La bronca es que nunca he sido delgado y me fui cayendo entre los balazos. Me fui tocando el cuerpo, pero no tenía nada, sólo miedo. "¡Policía judicial, párate cabrón!", alcanzaba a oír, y yo nomás pidiéndole a Dios que me ayudara, aunque ya sé que no debo meterlo en estas pendejadas. Total que alcancé a llegar al pueblo y le pedí ayuda a un viejo pescador. "Compa —le dije—. Me vienen siguiendo, hazme el paro; mi troca se quedó atascada, pero ahí tengo doscientos litros de gasolina, son tuyos si me ayudas". Y como la gasolina en esos lugares vale oro, el bato me escondió en una troje donde guardaba cagadero y medio.

Los judiciales empezaron a buscarme casa por casa. "¿Dónde andas cabrón?", alcanzaba a escuchar que gritaba un bato, que luego supe era el comandante Jorge Magaña, el papá del chavalo ese que mató a una familia en el Defe, ese que se llama Orlando. "Orita que te encuentre me vas a ver a la cara pa' que sepas a quién buscar en el infierno", gritaba el comandante y yo me oriné. Total que no me hallaron y hasta las horas salí de la troje pa' darle los doscientos litros de gasolina al viejo y me jalé a Mexicali.

Cuando llegué, vi la casa toda desordenada, como si la hubieran cateado. No, pos mejor me fui, pero afuerita ya estaba el comandante Magaña con mis compas. "¿Así que tú eras al hijo de la chingada que andaba buscando ayer? —me dijo—. Pos te salvaste porque ya arreglamos el asunto". Y el arreglo" era que la policía se quedaría con la mitad de la mota. Me acuerdo que hasta nos ayudaron a descargarla de las pangas.

Mi compadre me pagó quinientos dólares. Me dijo que le había perdido al jale, que entendiera la situación y yo lo mandé a la chingada. Casi cuatro meses arriesgando el pellejo pa' quinientos dólares. La mitad se lo mandé a mi esposa y con el resto compré productos naturistas que quise vender en Mexicali. Digo quise, porque el día que salí a venderlos, iba caminando cuando un bato me aventó la troca. Era el comandante Magaña. "¿Quihubo pinchi sinaloense, traficando y no me avisan?", me dijo de entrada y sacó la pistola. "No jefe, ya no ando en ese jale, ya trabajo limpiamente", y le enseñé mis productos. Me creyó después de darme unos zapes y cortar cartucho en mi cabeza. "Es tu día de suerte —me dijo—. Necesito a alguien con contactos pa' cruzar polvo". Pensé que la vida me estaba dando otra oportunidad y le dije que sí. Tiré mis productos en la carretera y me subí con él. En el camino fue más específico y me desanimé: en realidad quería que fuera madrina, que anduviera madriando a los puchadores y me pagaría con autos robados pa' que yo los vendiera. Vas a pensar que soy un idiota, pero nunca me ha gustado robar. Me pueden acusar de todo, pero no de ratero. Y pos ai te vengo a Culiacán sin un pinchi peso.

Autógrafo. En la marisquería donde comemos, una preparatoriana se acerca e interrumpe a Jota Erre.
—¿Usted es Jota Erre, el cantante?
—No —le contesta Jota Erre—. Me parezco, pero no.
—Sí es, a mí no me va a engañar.
—Oquéi, si tú lo dices —y Jota Erre sonríe como diablo en pastorela, encogiéndose de hombros.
—Deme su autógrafo —dice la preparatoriana, entregándole una libreta y el bolígrafo.
Firmó Jota Erre: "Con todo mi cariño. El que se parece a Jota Erre".

Intento número tres. La fuerza de la costumbre es cabrona y yo extrañaba andar en el ajo. Te estoy hablando ya del 2003, 2004. Y así, cuando más lo pedí, que me busca un viejón de mi pueblo. "Quiero que me hagas un paro —me dijo—. Ve a matar a un cabrón que me debe dinero, ¿cómo ves?". "Simón —le contesté sin pensarla—, nomás porque no he tenido chanza, pero cuando hay que chingar, chingo, y que cuando hay que pasar desapercibido…". "Ya, ya, párale —me dijo—. ¿Tienes visa?". "Simón". Y ai te voy esa misma noche a Tijuana, pa' pasarme a San Ysidro.

"Cuando llegues, le hablas a tal bato; él te va a llevar con el que me debe", me había dicho el viejón y yo seguí las instrucciones. "Compa, soy Jota Erre, ya ando aquí", dije por teléfono. "Está bien, nos vemos en el cruce de la gásinton y la mein", me dijo y yo sin saber dónde estaba eso porque nunca había ido al gabacho. Le pregunté a una pochita que estaba dos tres y me dijo que debía subirme al troley, que contara tres estaciones, que ai me bajara y saliendo ai estaban esas calles. Y sí, bajando del troley vi la gásinton y la mein. "Compa, ya estoy aquí", le volví a llamar. "¿Donde está usted hay un macdonals?", me preguntó. Waché y le dije que sí. "¿Enfrente hay un futloker?", volvió a preguntarme. Waché y le dije que sí. "Ai voy, deme unos quince minutos". Y pasó una hora y nada. Entonces le hablé al viejón y le conté que el bato me traía como su pendejo.

"¿Sabe?, yo creo que éste también está coludido con el que le debe", le dije. "Pos mira —me contestó—. En cuanto lo veas dile que te dé las armas, le preguntas dónde vive aquel cabrón y tumbas a los dos". Como a las dos horas le marqué al bato. "Oiga, hijo de su pinchi madre, aquí me tiene esperándolo como vil tacuache, no mame". "A ver compa, ¿dónde está, que no lo miro?". "Pos aquí, frente a macdonals". "Pos no lo miro y eso que la calle está vacía". Y yo diciéndole: "Pos si ya son las tres de la mañana, a esta hora ya hasta los perros se fueron a dormir". "A ver, compa, pregúntele a alguien cómo se llama dónde está". "Pero si no hay nadien". Y caminé hasta la parada del camión y un bato que hablaba español me dijo: "En nacional ciry". Le volví a marcar al bato y le dije: "¡Estoy en nacional ciry, cabrón!". "No, compa, está usted muy pendejo —me dijo—. Yo estoy en Fontana, como a tres horas de donde me está hablando". Chale. ¿Yo qué iba a saber que en el gabacho hay miles de calles guásinton y mein?
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