De repente escuché el grito "Ya valió Madres". Nos acercamos al monte y encontramos un arma larga, una pistola, y un charco de sangre. Se trataba de una de las personas que acababan de dispararnos, seguimos el rastro de sangre y encontramos entre unas ramas a una persona rogando por su vida.
Le prestamos los primeros auxilios, y entonces mi compañero me dice que está grave, que si no lo llevamos urgentemente a un hospital va a morir; aquí estaba un ser humano que segundos antes intentó matarnos por la espalda, ahora pidiendo ayuda, y vino a mi mente que el también es Mexicano, que merece una segunda oportunidad, que en ese momento le urge ayuda y entonces decidimos llevarlo al hospital más cercano.
¿Cuándo íbamos a imaginar que por querer ayudarlo matarían a mis compañeros?, a mis hermanos, los que soñábamos con ver crecer a nuestros hijos, darles educación, edificarles un país más seguro.
Nos mataron sin piedad, sin aviso, usaron nuestra humanidad, nuestro deseo de ayudar al herido, nuestro impulso de solidaridad hacia un ser humano, que era hijo de alguien, hermano de alguien, tal vez esposo de alguien, para matarnos sin piedad. Nos interceptaron minutos antes de llegar al hospital.
Pensar que en el momento que decidimos llevarlo al hospital firmamos nuestra sentencia de muerte, es un tormento.
Y ahora cómo miraré a los ojos a sus familias, a sus hijos, a sus esposas, ¿cómo les explico?
¿Por qué Dios eligió que yo sobreviviera?
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