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En todas partes dicen que soy el jefe de cartel de Sinaloa. Pero eso no existe, mi grupo se llama es Alianza de Sangre El Chapo Guzmán

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En todas partes dicen que soy el jefe de cartel de Sinaloa. Pero eso no existe, mi grupo se llama es Alianza de Sangre. Yo he ido muchas veces a Suramérica: Argentina, Bolivia, Perú… más que todo a Medellín, donde tienen las mejores “morras” (prostitutas), voy a volver contigo y vas a ver de visitapor acá a mucha gente importante de Colombia y Suramérica en general: empresarios, socios, abogados y un periodista que me hace favores y me pide plata a toda hora, recomendado por Carlos Castaño, el paramilitar que fue amigo de Pablo Escobar.

A quien tanto admiro y tuve el honor de conocer. Después te voy contando más, y sigue aquí mientras llega la máquina nueva –salieron de la “palapa” y se despidieron: mano, abrazo y mano.

"Por eso te tengo aquí, no quiero ningún pinche piloto que conozca gente aquí con la que pueda delatarme".
II

Tres semanas después de haber llegado a una hacienda de Navolato, en México, para trabajar como piloto personal de ‘El Chapo’ Guzmán, el mexicano a quien el capo apodó ‘Tinieblo’, fue informado sobre la llegada, directamente de Estados Unidos, del helicóptero Bell Ranger 407, de cuatro aspas, nuevo, que él había recomendado comprar para cumplir con su compromiso de transportar exclusivamente al jefe del cartel de Sinaloa y a su familia.

“La noticia me la dio ‘El Durango’, quien solamente aparecía para atender los asuntos de ‘El Chapo’ que exigieran movimientos bancarios internacionales o trámites judiciales y gubernamentales”, relata el aviador.

– Mañana nos vamos, tu y yo, para el DF, a recoger la máquina. Tienes que traer tu licencia americana de la Federal Aviation Administration (FAA).

–La tengo al día, pero no sé si sea conveniente usarla en un plan de vuelo en México –advirtió.

– No, pero es bueno que la traigas. El plan lo armamos de otra manera y el que hablará durante el vuelo por radio con las torres de control será un “chilango” (persona del DF) para que nadie note ni pregunte nada raro.

Fueron por carretera hasta Culiacán y de allí volaron en avión de línea hasta el aeropuerto internacional Benito Juárez, del DF. Ninguno de los dos llevó equipaje, solamente se bajaron y fueron hasta un hangar privado, próximo a unas oficinas de la Procuraduría General de la República, en el que dos pilotos estadounidenses habían dejado el helicóptero nuevo, adquirido en la fábrica por ‘El Chapo’ para su servicio personal.

“Nunca supe, ni pregunté, cuánto había costado ni por medio de cuál de sus empresas lo había adquirido ‘El Chapo’. Pero, tiempo después, supe que el giro bancario con el que se pagó la Bell Helicopter lo recibió de una empresa legal manejada por el clan colombiano de los hermanos Cifuentes Villa, de Medellín, encargados de lavar la mayor parte del dinero del cartel de Sinaloa mediante una red multinacional descubierta tiempo después por el gobierno de Estados Unidos.

“El caso es que el aparato ahí estaba: listo para ser estrenado, flamante. Tenía escasas 12 horas de vuelo y venía con todos los ‘juguetes’”, recuerda ‘Tinieblo’.

– Voy a ver si ya está el plan de vuelo para irnos –avisó ‘El Durango’ mientras se alejaba para ir a buscarlo.

– Vaya, mientras tanto reviso el helicóptero –respondió el piloto que abrió enseguida las cajas de obsequios enviados por la casa Bell Helicopter: chaquetas para los dos tripulantes, guantes, gorras, gafas y overoles. Se puso uno de cada uno.

‘El Durango’, un hombre alto, con barba de chivo, regresó una hora después con un copiloto, alimentos y bebidas para consumir en el vuelo y una carpeta de documentos con la matrícula XB, distintiva de México, que le acababa de ser asignada al Ranger 407, recién llegado al país. También trajo el plan de vuelo autorizado para un piloto mexicano inexistente que, obviamente, no era ‘Tinieblo’.

Era como una alfombra persa voladora en el día de su estreno.
–¡Nos vamos, mi cuate! –gritó ‘El Durango’ mientras el copiloto, de aspecto indígena, que nunca se identificó, se comunicó por radio con la torre del Benito Juárez para alzar vuelo.

–Estamos parqueados en plataforma de la Procuraduría. Solicitando autorización para iniciar motores: destino Colima. Solicitamos autorización para darle marcha a los motores –pidió el copiloto en la jerga aeronáutica internacional con marcado acento del DF.

–Autorizado para iniciar turbina y desplácese vía calle Alfa hacia la plataforma de despegue –respondió la torre.

–Estamos en posición de plataforma de despegue, listos para despegar –repuso el copiloto.

–Despegue y notifique en el aire –ordenó la torre.

–Recibido, llamaré en el aire –anunció el piloto.

–Recibido –confirmó la torre.

–Estamos en el aire, solicitamos proceder condiciones visuales directo a Colima –pidió el copiloto.

–Autorizado proceder condiciones visuales.

El Ranger 407, de cuatro aspas, voló a ras del suelo por primera vez al mando de ‘Tinieblo’, hasta el punto autorizado por la torre de control y tomó altura.

“Era como una alfombra persa voladora en el día de su estreno”, cuenta el piloto. “Anduvimos largo trecho sobre la inmensidad de Cuidad de México, en sentido occidente, con dirección a Colima y luego, por fuera del plan de vuelo, pasamos a Acapulco, donde aterrizamos en unos talleres aeronáuticos en los que le fijaron al helicóptero, en los costados, avisos de la inexistente empresa ‘Minerales de México’”. Allí, también, le pintaron la matrícula legal, a la que el mismo piloto, cuando estuvo seca, le hizo dos cambios estratégicos con cinta pegante negra: Una F la convirtió en E y una C en O.

Ese día ‘El Durango’ me pagó en efectivo 12,500 dólares de mi primera quincena de trabajo y me gasté 6,000 con las ‘morras’ que aparecieron esa noche.
Al caer la noche, guardaron con llave el Ranger dentro de un hangar y se fueron a celebrar en una discoteca de la cadena “Mister Frogs”, sobre la carretera Escénica que lleva al aeropuerto.

“Ese día ‘El Durango’ me pagó en efectivo 12,500 dólares de mi primera quincena de trabajo y me gasté 6,000 con las ‘morras’ que aparecieron esa noche, entre las que había una colombiana espigada, de 23 años, cabello castaño, ojos verdes y unos centímetros más alta que yo”.

El copiloto bailó con todas las mujeres, bebió hasta caer inconsciente sobre una silla, pero nunca dijo su nombre. Con la resaca de la juerga en la que los tres hombres gastaron en conjunto cerca de 15,000 dólares, madrugaron a volar con un sol refulgente “que me hacía doler los ojos, a pesar de que llevaba puestas las gafas más gruesas que tenía”, confesó.

Bordeando la costa pacífica Mexicana fueron sin plan de vuelo hasta la antigua ciudad de Mazatlán, de medio millón de habitantes, donde bajaron a tierra para poner turbosina (combustible) y siguieron a la quinta de Navolato, días atrás bautizada “El zoológico” por el piloto, que estaba alojado allí desde que llegó a México.

Aterrizaron al lado de la piscina de “El Zoológico” y en el sobrevuelo circular que hicieron para anunciar la llegada espantaron a una manada inmensa de avestruces.

El ring ton, con la música del corrido “La Cucaracha”, anunciaba que al otro lado de la línea estaba el ‘El Chapo’.
–¡Es nuevo, güey! –exclamó un obrero de la casa y puso sus manos sobre el helicóptero, de color vino tinto.

–¡No manches! –le gritó ‘El Durango’ con enfado.

Pero todos corrieron a ver “el pájaro nuevo de ‘El Señor’”.

Una hora después de haber aterrizado, ‘El Durango’ recibió una llamada en uno de los siete teléfonos celulares que cargaba en el maletín de oficina que llevaba con él hasta cuando iba al baño. El ring ton, con la música del corrido “La Cucaracha”, anunciaba que al otro lado de la línea estaba el ‘El Chapo’.

–Tenemos que irnos ya a la Sierra Madre Occidental, “el señor” quiere ver la máquina –ordenó ‘El Durango’ apenas colgó la llamada.

–Vamos –respondió ‘El Tinieblo’.

– No te lo había dicho, pero te lo digo ahora, mi cuate: en adelante tienes que ponerles nombres nuevos a todos los sitios a los que vayamos.

– Como ordene, ‘Durango’. A este rancho ya le puse de nombre “El Zoológico” y lo voy a meter ya con ese nombre en el GPS.

– Los nombres solamente los vamos a conocer “El Señor”, tú y yo.

– Muy bien.

– Entonces, ahora vamos a estas coordenadas –ordenó mientras le alcanzaba un papel con los datos escritos con lápiz–. A ese lugar, antes de que “el señor” regresara, lo llamábamos “Laguna Díaz Mateus”.

–Listo, entonces lo voy a llamar “Matelosdías”.

–Bien, vámonos, mi cuate.

Les tomó 20 minutos de vuelo llegar a “Matelosdías”, un escondite entre un pliegue profundo de la Sierra Madre Occidental, una cordillera que cubre la totalidad del occidente de México (desde Jalisco hasta Sonora) y el extremo suroccidental de Estados Unidos. En esa región a ‘El Chapo’ no lo podía encontrar nadie. Desde el aire tiene enorme parecido con las montañas de los Andes.

“La maniobra para entrar fue difícil porque la aproximación al helipuerto tenía ramas enormes de árboles que llevaban años sin ser podados”, contó el piloto.

Entre la polvareda que levantó el Ranger 407 surgieron los 14 escoltas fusileros de la guardia personal de ‘El Chapo’, quien salió a medio vestir para ver su nueva máquina. Estaba acompañado de una “morra” risueña, de rostro achinado, vestida con una camiseta puesta al revés y un pantalón de pijama.

Las aspas todavía se movían cuando ‘El Chapo’ abrió la puerta para entrar al aparato y dos de sus hombres se aproximaron peligrosamente al rotor de cola que aún giraba. Se salvaron de ser decapitados porque ‘El Durango’ los hizo retroceder con gritos y empujones.

– Órale, ‘Tinieblo’, la máquina está repadre, ¡huele a nueva! –apuntó mientras acariciaba las sillas con las palmas de sus manos.

– Este aparato, “tío”, es una “alhaja”, como dicen en Ecuador, donde trabajé hasta hace poco – dijo el piloto.

– Bájate y vamos a la “palapa”, ‘Tinieblo’. Tengo que platicarte.

‘El Chapo’ pidió refrescos y ordenó que en el momento que terminara la reunión conmigo trajeran todas las pistolas y los fusiles “cuernoechivo” que hubiera guardados en “Matelosdías” para darme uno de cada uno. “Para que vivas tranquilo”, le dijo.

–‘Tinieblo’, necesito que les cambies los nombres a todos los lugares que frecuento.

–Ya me lo dijo ‘El Durango’, “tío”.

–Estos son días difíciles, güey. Los “guachos” (militares) y los “gabachos” (autoridades de Estados Unidos), andan detrás de mí, de día y de noche. Tú no puedes hablar aquí sino con los míos y no vas a volver a Miami en mucho tiempo. Algunas veces vas a poder ir a Culiacán con Cabiedes o ‘El Durango’, para que llames a tu familia. Aquí nadie sabe cuál es tu nombre, ni se los vayas a decir. Tampoco es bueno que sepas cómo se llaman los demás.

"Tu familia, por ahora, somos nosotros, ya te tenemos cariño. Y tu familia va a estar bien. Sólo te pido un sacrificio. No es que estés secuestrado, tranquilízate".
– En Miami, “tío”, no me dijeron que debía quedarme mucho tiempo y a mí me hace falta mi familia, sinceramente –intervino el piloto con voz desencantada.

– Deme seis meses aquí y unas semanas para ir a ver a mi familia, como se acostumbra en las petroleras.

– Ni modo, ‘Tinieblo’, pero ahí vamos viendo. Otra cosa que quiero decirte es que nunca vas a ver mis negocios en funcionamiento ni te vas a mezclar con la parte militar. Si algún día nos acercamos, voy a taparte la cabeza para que no veas porque si alguna vez te agarran, y la Virgencita no lo quiera, así te torturen, así te arranquen los brazos, no vas a poder decir nada.

“Preferí no reclamarle más al ‘El Chapo’ sobre mi amargura por los términos que me acababa de imponer”, cuenta el piloto.

– Ahora, pongámonos a ver lo de los nuevos nombres, para que quedemos tranquilos desde hoy –sugirió el jefe del cartel de Sinaloa y desplegó un mapa con las coordenadas marcadas.

– Bueno, yo anoto aquí y luego meto la información en el GPS del helicóptero.

Antes de una hora tenían las nuevas denominaciones de los once escondites principales del capo: “Salsipuedes”, “Tuyasabes”, “El Cocinero”, “La Verga”, “Matelosdías”, “El Zoológico”, “la Escalera”, “Los Micos”, “La Cuchara”, “El Tequila” y “El Borracho”. Cada nombre surgió de alguna circunstancia relacionada con el lugar. Por ejemplo, “El Borracho”, correspondió a que ‘El Chapo’, según dijo, mandó matar a un buen amigo que una noche de luna se emborrachó y se dedicó a disparar al aire la carga entera de un fusil.

– ¡Díganle a ‘Doblecero’ que venga ya! –gritó ‘El Chapo’ cuando dio por terminada su plática con el piloto.

– Aquí estoy, señor –se anunció ‘Doblecero’, el encargado de la seguridad. Traía una enorme caja de madera y detrás de él llegaron dos de sus subalternos con cerca de 15 fusiles AK-47.

– Te voy a dar uno de cada uno, ‘Tinieblo’. Escoge.

– No, “tío”, muchas gracias, pero no necesito armas. Soy el único aquí que no tiene enemigos.

– Imposible, ‘Tinieblo’, por aquí las únicas que no tienen armas son las “morras” –aseguró ‘El Chapo’.

“Terminé por escoger una pistola Browning GP-35 de 9 milímetros y un ‘cuernoechivo’” común y corriente”, contó el piloto.

– Para que te sientas mejor, te voy a dar un “cuernoechivo” de más, pequeño. Un regalo especial para ti. Por nuestra amistad, güey.

‘El Chapo’ regresó fresco, con una gorra de beisbolista, una camisa azul de seda y tenis Adidas. Dejaba a su paso una estela olorosa de Santos, de Cartier, uno de sus perfumes favoritos.
‘El Chapo’ fue a vestirse, me pidió que lo esperara y de pronto su tropa de fusileros comenzó a correr desordenadamente al percatarse del paso, a mucha altura, de un helicóptero de los “guachos”.

La nave desapareció por el norte y aproveché para darles una instrucción: “La próxima vez no corran porque previenen a los pilotos de los helicópteros y nos caen encima creyendo que aquí hay un laboratorio, un muerto, un prófugo… Por el contrario, salúdenlos”.

‘El Chapo’ regresó fresco, con una gorra de beisbolista, una camisa azul de seda y tenis Adidas. Dejaba a su paso una estela olorosa de Santos, de Cartier, uno de sus perfumes favoritos. Llevaba tomada de la mano a la “morra” achinada con la que había pasado los últimos cuatro días, y traía terciado su “cuernoechivo”, completamente bañado en oro. La cacha de la pistola, también de oro, que llevaba en la cintura tenía escrito con incrustaciones de esmeraldas colombianas: ‘El Chapo’.

Subió al puesto del copiloto, me pidió que voláramos hasta “El Zoológico” y allí la “morra” siguió en una “troca” hasta el cercano pueblo de Navolato para tomar un avión que la llevaría al DF.

En la “palapa” de “El Zoológico”, ‘El Chapo’ ese día se encerró durante varias horas con un grupo de gente de la Procuraduría, proveniente del DF, y un par de abogados asustadizos.

En esa misma estancia, meses después, recibió al que decían era un general colombiano, vestido deportivamente. A sus espaldas, ‘El Chapo’ lo llamaba ‘El Muelón’.

“El acento del hombre sí era, sin lugar a dudas, colombiano”, aseguró ‘Tinieblo’. “Es todo lo que sé de él”.

Sobre las cinco de la tarde, llegó un Bell viejo, de dos aspas, de los que la organización tenía cuatro, que llevaba inscrito en los costados el mismo aviso del nuestro: “Minerales de México”. Sin apagar los motores, desembarcó una mujer rubia, alta, de senos abultados y una dentadura impecable. Preciosa. Traía dos maletas. ‘El Chapo’, una media cabeza más bajo que ella, corrió a saludarla con un extenso beso en la boca, embarcamos con ella y alzamos vuelo.

“Vamos para ‘La Cuchara’, ‘Tinieblo’”, ordenó mientras le terciaba el cinturón de seguridad a la mujer con el pretexto principal de acariciarle los senos. Ella le respondió con una mueca forzaba de afecto.

– ¿Sabes que ‘Tinieblo’, como yo, también conoce tu tierra?

– Mucho gusto, ‘Tinieblo’ – saludó la mujer con acento propio de la ciudad de Cali–, ¿qué hacés por aquí?

– Lo mismo que tú –contestó el piloto con un gesto malicioso.

“¡Pinches periodistas de la chingada!”, exclamaba para sí mismo al leer determinados titulares y, abstraído, sonreía con nerviosismo.
Durante el vuelo, ‘El Chapo’ se entretuvo leyendo recortes viejos de periódicos de todo el país sobre su fuga del Penal Federal de Puente Grande, ocurrida el 19 de enero de 2001. Se los habían llevado los delegados de la Procuraduría del DF con quienes estuvo reunido esa tarde.

No se le escapaba detalle de las noticias sobre su fuga, y la incesante cacería en su contra, organizada principalmente por Estados Unidos con las tácticas que habían permitido matar a Pablo Escobar, uno de sus ídolos, sobre un tejado de Medellín, el 1 de diciembre de 1993.

Daba la impresión de que ‘El Chapo’ conocía las fuentes secretas y el cuidado con que había sido escrita cada noticia que leía sobre él. A veces sentía que contenían mensajes cifrados para tener en cuenta. Se olvidó de la “morra” de Cali que viajaba a su lado hasta que exploró todos los artículos, cortados con tijeras, que le llegaron.

“¡Pinches periodistas de la chingada!”, exclamaba para sí mismo al leer determinados titulares y, abstraído, sonreía con nerviosismo.
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