Órale, mi cuate. Quiero que sepas algo –le indicó Joaquín Archivaldo Guzmán Loera al veteranopiloto de helicópteros a quien él mismo apodó ‘Tinieblo’ tan pronto como llegó a Sinaloa, procedente de Miami, para comenzar a trabajar a su servicio.
– Soy todo oídos, señor Guzmán –respondió el piloto, quien suponía que el nuevo jefe que lo acababa de contratar no era propiamente un santo. Pero tampoco sabía nada de él.
– ¿Me reconoces? –inquirió Guzmán.
– La verdad, no, señor –contestó intrigado el piloto.
– No soy un angelito. Pero después te voy a contar la historia de un cardenal de la iglesia Católica al que asesinaron creyendo que era yo.
– Bueno, señor. Suena interesante la historia –repuso confundido el piloto.
– Tú, aquí, te llamas ‘Tinieblo’ y que lo sepan todos de una vez –exclamó en tono de orden general para los 14 hombres armados de fusiles 'cuernoechivo' (AK-47) que se movían a su alrededor.
– Muy bien, señor Guzmán. No hay problema –respondió el piloto que en su vida profesional había servido en grandes empresas de aviación, estuvo secuestrado y llegó a compartir cabina con los principales pilotos del cartel de Sinaloa.
– Pero no es lo del cardenal lo que quiero que sepas – apuntó el jefe.
– Dígame, entonces –pidió el piloto.
– Quiero que sepas que vas a trabajar solamente para mí, para mis hijos, para mi esposa y para mi madrecita. Aparte de nosotros, en el helicóptero que te entregaré nunca se transportará “mota” ni “perica”. Dinero, sí. Y nuestras armas.
El piloto fue contactado por un empresario de aviación privada que lo buscó en Miami y le ofreció empleo en México, con una paga mensual de 25,000 dólares.
“¿Le interesa?”, preguntó el empresario.
Era viernes.
“En ese momento me encontraba desempleado, el banco estaba a un paso de quitarme mi casa y acepté”, contó el piloto.
En una cafetería de Miami recibió del empresario 15,000 dólares en efectivo y un pasaje aéreo de primera clase para viajar a Ciudad de México. Antes de despedirse, el piloto le entregó a su interlocutor una fotografía suya, de las que se usan para poner en los documentos de identidad, la cual le fue enviada de inmediato a quienes lo recogerían en el aeropuerto Benito Juárez, de Ciudad de México, para que lo reconocieran al llegar.
Ese fin de semana viajó a Fort Lauderdale para despejarse la cabeza y presenció el McDonald’s Air & Sea Show, gigantesca exhibición de equipos militares de mar y aire. Para este piloto de distinguido linaje militar, fue “lo más impresionante que he visto en mi vida”.
"De ahora en adelante te vas a llamar Carlos Sánchez" –le informó uno de los dos hombres.
Tres días más tarde viajó a ocupar su nuevo trabajo.
Al salir del aeropuerto Benito Juárez, de la Ciudad de México, dos hombres lo esperaban en la puerta con la fotografía ampliada de su rostro. Había sido enviada desde Miami por el empresario que lo contactó. Ambos le estrecharon la mano efusivamente.
“Ninguno me llamó por mi nombre”, recuerda el piloto.
– Te vamos a sacar ya tu licencia. De ahora en adelante te vas a llamar Carlos Sánchez –le informó uno de los dos hombres.
– ¿Me la van a sacar ahora mismo? –preguntó el piloto.
– Ya mismo –contestó y fueron caminando hasta una oficina estatal en la que su licencia para conducir estuvo lista antes de una hora, con su fotografía y su nuevo nombre.
– Ahora, váyase para el hotel Crystal Grand Reforma y mañana sale para Culiacán –le indicó uno de los dos hombres y se despidieron.
Culiacán (con 700,000 habitantes) es la capital del estado de Sinaloa.
“Aterricé al medio día en el Aeropuerto Internacional Federal de Culiacán, que también lo llamanAeropuerto Internacional de Bachigualato. Allí me esperaba un tipo muy amable, Hernando Cabiedes”, cuenta el piloto.
– Órale, mi güey, queremos que aquí estés a gusto –exclamó Cabiedes al saludarlo.
– Muchas gracias por su amabilidad –respondió el piloto.
– Te vamos a llevar a Navolato, un pueblito con buenas playas –anunció Cabiedes, quien calzaba botas de piel de avestruz, típicas de esa zona de México: puntudas y de caña alta. Llevaba jeans Levis ceñidos y un cinturón de tres pulgadas con una hebilla de plata, casi del tamaño de un CD.
También había un zoológico en el que el mejor espacio y los cuidados más esmerados eran para un jaguar corpulento.
Navolato es un pueblo de Sinaloa con unos 30,000 habitantes. Allí estuvo hospedado en una quinta de dos pisos y cinco habitaciones a todo dar; no le faltaban lujos, ni comodidades, pero rebosaba el mal gusto. Dentro de un establo aledaño había un avión Cessna 150, monomotor, y un yate en reparación, montado sobre gatos.
También había un zoológico en el que el mejor espacio y los cuidados más esmerados eran para un jaguar corpulento, “de los que en Suramérica”, de acuerdo con ‘Tinieblo’, “llaman tigre mariposa”.
La mitad del terreno estaba destinado a un criadero de avestruces. Había cientos.
En otra parte del terreno estaban los mejores 60 caballos de ‘El Chapo’. Cerca de 15 bailaban sincronizados, como humanos, en una pista de arena.
Desde que llegué a esa finca de Navolato no pude dejar de asociarla con la hacienda Nápoles de Pablo Escobar, donde estuve muchas veces.
La casa, de estilo mediterráneo, blanca, tenía una piscina mantenida de manera impecable y algoque después sabría que era característico y permanente en las costumbres de ‘El Chapo’ Guzmán: una “palapa” o kiosco de madera y paja, invariablemente construido y situado de tal manera que le permitiera refugiarse en él para sostener conversaciones secretas con todo tipo de personas, lo que ocurría a diario.
“Desde que llegué a esa finca de Navolato no pude dejar de asociarla con la hacienda Nápoles de Pablo Escobar, donde estuve muchas veces, o la finca de Repelón, en el caribe colombiano, que poseían los narcotraficantes, socios de aquel, Juan David, Fabio y Jorge Luis Ochoa Vázquez. Conocí otras del mismo estilo en Centroamérica”, cuenta el piloto.
Al séptimo día de estar allí, la rutina se alteró con la llegada de dos “trocas” (pickups) blindadas, blancas, de cabina doble. En la de adelante venía “el señor”, acompañado de cuatro fusileros de su escolta y en la de atrás viajaban otros diez. Todos armados con “cuernoechivos” relucientes. “En eso se diferenciaban de los fusiles de los guerrilleros y paramilitares de Colombia o El Salvador a los que se les veía el trajín de la guerra”, sostiene el piloto.
Antes de la llegada de “El Señor”, Cabiedes puso especial cuidado en enseñarle la manera obligada de saludarlo, típicamente mexicana.
Guzmán llegó con una camisa azul oscura, yines azules Levis traídos de California, tenis Adidas y gorra de beisbolista, también azul. Nunca lo vi usar botas de avestruz como las que calzaban los demás.
–Das la mano, luego abrazas y vuelves a dar la mano. Así tiene que ser siempre aquí y mucho más con “El Señor” –lo instruyó.
“Vino en la tarde. De todos los tipos que se bajaron no sabía cuál era mi nuevo empleador, pero no me quedó difícil suponer que se trataba del que viajaba al lado del conductor de la primera ‘troca’. Nunca lo había visto, ni en fotos”.
Guzmán se dirigió con los brazos abiertos al piloto y este se anticipó a estrecharle la mano, luego el abrazo y otra vez la mano. Miró de reojo a Cabiedes y este lo aprobó con una sonrisa y el puño derecho cerrado con el pulgar hacia arriba.
–Vamos a la “palapa”, piloto –ordenó Guzmán.
–Vamos.
–¿Cómo estás? Tu eres el piloto que me mandaron los cuates del DF –exclamó Guzmán y lo invitó a tomar asiento.
– Sí, señor.
–Bienvenido. Te seleccionaron con mucho cuidado.
– Muchas gracias.
– ‘Tinieblo’, ¿qué máquina necesitamos? ¿en cuál te desempeñas mejor para comprar una?
– Pues, “señor"…
–No, no, no. Llámame “tío”. Siempre –pidió Guzmán.
– Bueno, “tío”. Si puede traer un Ranger 407 sería muy bueno. Es el helicóptero perfecto para el servicio que usted necesita. Tiene siete asientos, incluidos los del piloto y el copiloto; es muy versátil porque aterriza prácticamente en cualquier parte y vale hasta cuatro millones de dólares, de acuerdo con los “juguetes” que quiera ponerle. Lo produce Bell Helicopter Textron, en Estados Unidos. Se utiliza mucho como policial y ambulancia. Es una belleza.
– Pues, ‘Tinieblo’, me compro ya una chingadera de esas. Escríbeme en un papel los datos para mandar a comprar esa máquina –pidió Guzmán.
– Si tiene una libreta se los escribo ya, “tío”.
–Ya te busco una, pero quiero que sepas algo, aquí, entre nosotros dos.
– Dígame.
–Yo soy ‘El Chapo’ Guzmán, a mucho honor, pero no quiero que jamás me llames así, ‘Tinieblo’ –advirtió–. Estuve ocho años preso en la cárcel de Puente Grande, en Jalisco. Me agarraron en Guatemala, pero me escapé y ahora toda mi gente tiene que ser de más confianza que nunca. Por eso te tengo aquí, no quiero ningún pinche piloto que conozca gente aquí con la que pueda delatarme.
– Su nombre sí lo había oído, “tío” –recordó el piloto......
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