En tres años cambió su vida. Apenas con 15 años de edad, Sandra comenzó a prostituirse en Cancún hasta llegar a las filas del Cártel de Los Zetas para convertirse en jefa de halcones.
No era cualquier integrante de Los Zetas, a su mando tenía 53 personas. Sandra fue subiendo posiciones; la hizo de secuestradora y de Sicaria: la orden era matar a los contrasecuestradores.
Hoy tiene 18 años de edad y está interna en un centro Tabasco, de donde es originaria. Ahí terminó la vida Zeta para Sandra y hoy quiere comenzar una nueva vida, “trabajar, estudiar en la universidad para ser laboratorista dental; vivir tranquila, dedicar tiempo al cuidado de su hija y formar una familia”; pero aún le quedan 4 años de la sentencia que debe cumplir por homicidio y secuestro.
“Me dedicaba a la prostitución en Cancún desde los 15 años, me cansé de tanto abuso, un clienteme violó y quedé embarazada, por eso regresé a Tabasco”, es el relato obtenido en 2016 por el Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) para anexarlo al informe especial Adolescentes: vulnerabilidad y violencia.
Acepta que no le gustaba estudiar, es algo que le aburría; aunque en casa no sufrió maltrato físico, lo que sí vivió fue un ambiente de drogas y alcohol.
Relató que su padre murió de tuberculosis y no vivió mucho tiempo con ella; su madre, con primaria completa trabajó en plataformas de Petróleos Mexicanos (Pemex), lo que la obligaba a estar durante meses fuera de su casa.
Se prostituyó, tuvo una hija y la apoyó su madre; pero nunca tuvo una celebración de cumpleañosy tampoco tuvo juegos entre madre e hija.
De su círculo de amistades alguien la presentó con la organización de Los Zetas; “me ofreció trabajar de halcón, después fui jefa de los halcones y, al final, me pasaron a secuestros, levantones y a ejecutar a los secuestrados; mi grupo era de 53 personas”.
En el último “jale”, algo salió mal. “Me agarraron en el último secuestro cuando iba por el rescate”.
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