Cuando el viernes 6 de marzo las autoridades federales capturaron a Oscar Treviño Morales, alias El “Z-42”, jamás imaginaron la cloaca que destaparían.
Primero, porque la captura se dio en el próspero municipio de San Pedro Garza García, Nuevo León, donde ya son una tradición casi diaria las narcocapturas.
No hay que olvidar que ese es el territorio en el que el ex alcalde Mauricio Fernández Garza Sada anunció hace cinco años su famoso pacto con los Beltrán Leyva y en el que días antes de la captura del “Z-42” dijo que ese municipio era una “zona neutral” para los narcos.
Pero conforme pasaron los días se descubrió que el “Z-42” no solo había comprado residencias millonarias en San Pedro…, sino que también usaba un helipuerto privado de ese mismo suburbio para aterrizar sus dos helicópteros de lujo.
Se trataba de dos aeronaves Augusta, matrículas XA-EUC y XA-PEM, color negro, de esos que para nadie pueden pasar inadvertidos, menos si utilizan el mismo helipuerto privado en el que aterrizan los capitanes de empresa de Monterrey.
Lo que pocos saben, y está confirmado, pero nadie se atreve a decirlo, es que esos dos helicópteros no eran utilizados solamente por el líder del Cártel de Los Zetas.
Hoy tiene información cierta, que las aeronaves eran empleadas por prominentes políticos del norte de México, incluyendo dos gobernadores en funciones.
La pregunta que los investigadores nacionales y extranjeros se hacen es si esos mandatarios fueron inocentes palomas que “rentaban” los helicópteros sin saber quién era su verdadero dueño.
O si quien se los conseguía, lo hacía como una prebenda que el próspero dueño de esos majestuosos pájaros de acero le otorgaba a autoridades para hacerse de la vista gorda sobre su presencia en sus entidades.
Hasta ahora la PGR está paralizada sobre el citar o no a los gobernadores cuestionados, bajo el argumento de que presuntamente sus gentes rentaron esos helicópteros “a una empresa privada”.
Pero de haber sido así, eso no los exime de que al menos sean requeridos para que se les cuestione qué tanto sabían sobre el propietario de los helicópteros en los que volaban.
Sería el colmo que las mismas aeronaves en la que se trasegaban droga y dólares de la venta de estupefacientes, sirvieran para trasladar a los hombres responsables de hacer respetar las leyes en sus respectivos estados.
Así de podrido está el sistema, así de mal olientes están las relaciones peligrosas en las que ya no se sabe quién es quién, ni quién despacha para quién.
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