Asegura que no mató a nadie, sólo manejaba los ingresos de la organización, los cuales nunca eran menores a los 11 millones de pesos semanales
Cecilia (nombre ficticio) está en una prisión de Baja California desde hace cinco años, su abogada señala que estará de cinco a 10 años más, pero aún no ha sido sentenciada.
A través de un escrito contó como se adentró en la delincuencia organizada, en donde asegura que no participó en asesinatos, nunca portó armas, ni consumía drogas, como algunas de sus compañeras.
Tiene una hija y asegura que es lo que más extraña de la libertad.
Esto es lo que cuenta Cecilia:
Entré a los Zetas por mensa, no tenía la necesidad. Pude haber trabajado en lo que sabía hacer, poner uñas y cosmetología, pero quería dinero rápido para tener una vida mejor.
A los 15 quedé embarazada, me casé y me hice ama de casa. A los 17 me separé de mi esposo y yo me hice cargo de la niña. Para mí primero está mi hija, después andar bien vestida, con buenos zapatos, buena ropa, y pues, tener un futuro económico. Yo no era como otras chavas que dentro de la organización nomás en cuanto había una oportunidad se drogaban o emborrachaban y no llegaban a su casa en muchos días. Podría decir que yo era hogareña.
Sólo era contadora, no mató a nadie.
Cuando se introdujo en el negocio tenía 20 años, trabajaba en una casa de seguridad en Saltillo y se hacía cargo de la contabilidad de una parte de las ganancias de la organización en Monterrey; lo que se juntaba en las ‘tienditas’.
Al entrar se dio cuenta que se veía muy chica, todos tenían entre 28 y 30 años. Lo mejor era que todo era en un clima de respeto, estaba prohibido tener novio dentro de la organización, por lo que ella tenía pareja pero fuera de Los Zetas.
Él nada tenía que ver con la organización; es el hermano de una amiga, un profesor de primaria. “Ya salte de eso, ponte a trabajar con tu mamá”, me decía mi novio, porque mi mamá es dueña de unas recicladoras de metal.
En su trabajo como contadora manejaba 11 millones semanales y se organizaban para pagarle su nómina a los policías y a veces los ingresos del cobro de piso de los negocios.
Mi sueldo era de 20 mil al mes más 2 mil de viáticos semanales. Luego ganaba 7 mil 200 al mes y 2 mil de viáticos, también semanales. Como vivía en Monterrey, pero trabajaba en Saltillo, los viáticos eran para gasolina, tarjeta de teléfono, comidas y hotel ocasional. La mayor parte del tiempo tenía una vida normal junto a mi hija y mis papás, y a veces vivía en un departamento que me había dado la organización.
Andaba en un auto que le prestaron, que aunque era robado podía circular sin problema, los tránsitos lo conocían y se les pagaba para eso, y a pesar de que no todos recibían ‘sueldo’, era cuestión de una llamada a su jefe para que todo se solucionara.
El poder te da la facilidad de hacer lo que quieras… Pero mira, yo no maté, no secuestré, no golpeé a nadie. Llevaba la contabilidad del dinero de lo que se obtenía de las ventas en las tienditas. Pero no matar. En ese sentido no le hice un daño a la sociedad. Yo no merezco estar aquí.
Cecilia está acusada de delincuencia organizada, drogas, cohecho, robo de auto, cartuchos y portación de arma.
LA DETENCIÓN.
Una noche con sus amigas en una casa de seguridad en Saltillo fueron la peor decisión de su vida. Todo era diversión. Había DJs, cerveza y ceniceros con cocaína.
La estábamos pasando bien cuando llegaron los marinos. Se supone que llegaron por una denuncia anónima. O dicen que los vecinos reportaron personas armadas, pero lo dicen para poder golpear, violar y torturar.
“¡Órale, hijos de su pta madre, ya les cargó la vrga!”, dijeron los marinos apuntándonos. “¿Son Zetas o son Golfos? Si son Golfos se podrán ir. Pero son Zetas, son mugrosos, ya mamaron, cleros”, dijo otro marino.
Me hincaron y los ojos los vendaron. Nos amarraron las manos y la boca. Nos pusieron una bolsa de plástico en la cabeza… Después me arrastraron a uno de los cuartos de la casa. “¿Y tú qué haces, culera, a qué te dedicas?, ¿tienes hijos?, ¿dónde vives?”, me preguntaba un marino, pero yo no veía nada. “Soy comerciante, tengo un negocio y soy de familia”. “¡Ah! ¿Eres de familia? Pues vamos a matarlos a todos”, gritaba el soldado. Oía la voz de dos militares. “¿Cuál es tu apodo?” Contestaba que no tenía apodo. “¿Cómo que no tienes, hija de tu puta madre?, ahorita vas a hablar”.
Completamente me desvistieron de pies a cabeza. Comenzaron a tocarme y me hicieron todo tipo de obscenidades, ¿cómo me defendía de eso si estaba amarrada?
Nos llevaron al cuartel. Seguía con los ojos vendados, pero al caminar sentía muchas piedras y ramas en los pies. Me aventaron al piso y comenzaron a golpearme con patadas, en la cara no me pegaron.
A los días de estar en el cuartel me llevaron en helicóptero al DF, al arraigo. El arraigo es en un hotel, bueno, era un hotel.
Cuando llegué al Cereso después de haber estado en el arraigo me encerraron en una bartola con 20 personas sin cobijas y con mucho frío.
Mi familia me manda por giro 600 pesos a la semana y lo gasto en comidas y cenas. La comida está muy fea en prisión y la cena es agua endulzada y pan. En la tiendita compro hamburguesas, tortas de jamón; pescado empanizado, pollo frito, carne asada y burritos.
Los precios van de los 25 a los 40 pesos. Cuando regrese a mi celda me espera una torta de lomo.
He tenido épocas en que me he querido suicidar, pero no gano nada, los problemas ahí seguirán; eso pasa cuando veo que no avanza mi proceso.
En navidad nos regalan donaciones del Avón, cremas para la piel; a mí siempre me dicen que huelo rico.
Soy muy de escribir todo lo que vivo aquí, todo lo que siento, lo que hago en el día, mis planes a futuro. Mi mamá cuando viene se lleva los escritos. Le digo que no los lea, que nomás los deje en mi cuarto, pero yo creo que sí las lee porque me dice que me hará un libro cuando salga de la cárcel.
Mi familia sigue en Monterrey. Mi mamá y mi hija me visitan dos veces al año.
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