Antes de ser policía fui maestra. Aparte de dar clase daba pláticas sobre drogas para que los chamacos no se metieran de mañosos. Resultaron muy exitosas en la prepa donde trabajaba, así que la policía me invitó a impartirlas en el resto de la ciudad.
Quien me jaló fue un comandante muy guapo que después mataron: ay, cómo me gustaba el comandante. Y yo le gustaba a él así de grandota y güera como me ves, pero en ese entonces con una cinturita, con un bustote, con unas piernototas. Un día el Comandante Cuero me rogó que le ayudara en un cateo. Como no había mujeres en la corporación, quería que lo acompañara a la casa que catearía.
Que ahí tocara el timbre y dijera Soy Fulana, la muchacha que pidieron. Pues ai’ voy de aventada con el Comandante y su contingente, yo en tacones y escote. Toqué el timbre y dije Soy Fulana, la muchacha que pidieron. En cuanto abrieron la puerta me pasaron encima todos los judiciales. Cuando pude levantarme, vi a unos hombres tirados en el piso.
El comandante esculcaba maletas y cajones, por supuesto que lo que buscaba era dinero. Al fondo de la casa miré a una india correr con unas maleta; me le abalancé y, como pude, se la arrebaté tan fuerte que del jalón se abrió. Ya encontré la droga, le grité al comandante. Pues bien, la emoción que tuve en ese instante me hizo querer ser policía.
A los días le dije a mi papá que me inscribiría a la academia y, aunque al principio se negó, aceptó enviándome a la capital acompañada de mi hermano. A pesar del machismo de mis compañeros, llegué rápidamente hasta Comandante de la Policía Federal.
El punto más alto de mi carrera fue cuando fui asignada a una ciudad de playa con turismo internacional. Ahí me negué a pactar con Zetas: Ustedes hagan lo que se les pegue en gana, les advertí, Yo no trato con delincuentes. Todo estuvo bien, hasta que de sorpresa me avisaron que sería enviada a la sierra. Y me fui a la sierra.
Pues a tres meses de estar adscrita en mi nueva plaza fui acusada de dirigir una red de narcomenudistas en la ciudad de playa. Supuestamente participé en un cateo donde hallé droga y dinero que nunca reporté al gobierno federal; además, que dizque asesiné a varios policías en la balacera aquella famosa, una en la que hubo once ejecutados.
La verdad que sí participé en ese cateo, pero no reporté lo decomisado por órdenes de mi superior, el delegado. Fui arrestada en medio de un operativo bien aparatoso, llevada de inmediato a la capital y encarcelada nomás por los huevos de quien me traicionó. Estuve presa durante cuatro años. Después se comprobó mi inocencia y fui absuelta de todos los delitos. Desde entonces no ha pasado un solo día en que no piense en la persona que me traicionó.
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