Muchos años después, frente a un sicario que apuntaba un arma a su cabeza, Gabino había de recordar aquella mañana en que su padre lo llevó a reparar la televisión más lujosa del pueblo.
Culiacán era entonces una ciudad de calles pedregosas y polvorientas. Él, un niño de siete años y en su pelo desparpajado confluían dos corrientes de aire.
La televisión era grande: las esquinas redondas le daban un toque de elegancia y las patitas con que se sostenía, modernidad. La pantalla estaba rodeada de madera fina color marrón. Cuando le cambiaban de canal soltaba un largo traca-traca.
La tele más bonita del pueblo estaba frente a un par de sillones estilo barroco: esponjados, tapizados con terciopelo blanco y a un costado de un comedor de ocho sillas con respaldos altos.
Las patas en forma de columnas y la madera con chapa de oro —de todos los muebles— la hacían parecer una copia de mal gusto de la casa de una reina instalada en plena sierra sinaloense.
Esta casa contaba con una vitrina donde no había platos de porcelana ni cubiertos de plata, recuerda Gabino: “N’hombre, ahí tenían armas de distintos calibres”. La casa era de doña Manuela, una mujer que llenaba su sala de flores amarillas y rojas.
Muchos años después Gabino sabría que eran amapolas. Que de la semilla de esas flores de colores se extrae el opio, la heroína y la morfina. Que la mujer bonachona a la que visitaban se apellidaba Caro: Manuela Caro. Tía del capo Rafael Caro Quintero.
Gabino recién cumplía los siete años y dominaba la reparación de televisiones. Caro Quintero se iniciaba en el trasiego de opio y entonces era un ranchero que calzaba botas picudas y vestía pantalón de mezclilla y una gorra roja.
El día que se conocieron el niño y Caro Quintero en casa de doña Manuela, el capo, sorprendido, le preguntó a Gabino: “¿A poco le sabes a eso de las televisiones?, es que me está fallando la mía”, sonrió y le guiñó el ojo con ternura.
Soy el hombre que desde los 12 años ha instalado más de medio millón de radios, equipos de espionaje, antenas repetidoras e interceptores de llamadas. Gabino es el hombre del que Guillermo Marconi, el inventor que impulsó la transmisión de radio a larga distancia, hoy se avergonzaría.
En su cartera de clientes han estado los narcotraficantes más famosos: Rafael Caro Quintero, Ismael "El Mayo" Zambada y la familia Arellano Félix. Gabino es el hombre que jamás estará en el museo de las radiocomunicaciones.
—Pero te puedo decir que a ningún cliente se le niega un trabajo. Nosotros no podíamos decirles “no te vamos a hacer eso”. Es como si tú tuvieras una agencia de carros y cómo los vas a dejar de vender.
A fines de 1950 en Culiacán escaseaba el trabajo. Por eso don José, padre de Gabino, emigró a Riverside, Estados Unidos. A los años regresó hablando inglés y con estudios en electrónica. También es recordado por participar en la instalación de la primera televisora en Sinaloa.
Cuando su padre regresó de la Unión Americana, Gabino tenía seis años. Don José sacó de su pequeño maletín café un ladrillo con una antena larga. Como si fueran de otro planeta, Gabino y sus seis hermanos descubrirían que aquello era un radio para hablar con gente en frecuencias de distintas partes del mundo.
—Desde entonces empecé a instalar equipos de telecomunicación, pero antes no existían las comunicaciones que hoy conocemos. Cuando estaba chamaco los equipos eran aparatos del tamaño de las mesas, eran muy delicados.
La fama de don José, el único en todo Culiacán especializado en radiocomunicaciones, corrió como caballo desbocado cuando se estrenó la película del agente secreto James Bond. Los más adinerados exigían al técnico electricista que les instalara equipos de espionaje.
—¡Imagínese!, los vecinos querían espiarse unos a otros. Lo más que se logró fue instalarles radios donde podían escuchar conversaciones a 100 metros de su casa —suelta una risotada.
En aquel tiempo sólo las policías Judicial y Federal eran abastecidas de radios con alcance de larga frecuencia. Por eso don José rápidamente se hizo de dinero; nadie en Culiacán sabía cómo arreglar esos aparatos.
—En ese entonces mi apá hizo trabajos, pero nunca fue una persona que preguntara (a los clientes) a qué se dedicaban. Le llegaban a decir: “oye, ¿me puedes instalar?”, pero mi apá no se metía en esos asuntos, de si uno era malandrín o no; en aquellos años nadie andaba armado.
Desde los seis años Gabino se involucró en el negocio. Primero aprendió a reparar radios de aficionados. Antes de ir a la primaria, ya sabía ajustar el transmisor y receptor de un radio para oír conversaciones. En la secundaria reemplazó a don José y despuntó el negocio en grande.
Gabino recuerda que en 1979 Culiacán comenzó a poblarse de narcotraficantes. Dice que no eran gente violenta ni andaban armados. Eran traficantes de opio y se les llamaba gomeros.
—Una vez llegué a agarrar un cliente de 180 mil dólares. Hasta para contar el dinero era mucho trabajo porque te lo entregaban en cajas de cartón. Por ejemplo, por instalar una antena repetidora me llegaron a dar hasta 10 mil dólares de propina. Era muy difícil eso de andar en los cerros con calor. Una vez me aventé un trabajo en Tamaulipas en el que me llevé dos meses.
Cuando tenía 19 años ya había comprado una casa en cuyo patio tenía estacionados tres automóviles: un Jetta, un Rabit y una Pick Up. Los tres en rojo brillante.
Ocho años después los narcotraficantes comenzarían a expandir sus operaciones a las fronteras del norte de México. Baja California fue el lugar donde los mafiosos sinaloenses cambiaron su código postal.
—Lo que pasa es que toda la bola de malandrines nunca agarran gente local, ellos prefieren traerse a la gente que conocen, a quien le tienen confianza.
La ventaja competitiva de Gabino no recaía en su acta de nacimiento, sino en que rápidamente aprendió a hablar inglés; invertía su dinero en ir a convenciones en Los Ángeles, donde traía las novedades en radiocomunicaciones.
Gabino fue el primero en llevar a Tijuana y Culiacán unos pequeños equipos de espionaje. Una grabadora del tamaño de una cigarrera con un casete. Tenía su cableado para grabar conversaciones telefónicas y micrófonos de solapa, que se activaban con la voz para economizar cinta.
—El equipo costaba como 500 dólares y yo le ganaba el doble. Se me vendieron de volada, así que llevé más. El problema es que los narcotraficantes se empezaron a grabar entre ellos.
Desde entonces Gabino ha trabajado para narcotraficantes como Miguel Ángel Félix Gallardo, El Padrino, fundador del cártel de Guadalajara; Ismael El Mayo Zambada, en Tijuana, a quien conoció en un lujoso domicilio de la ciudad y le pidió un sistema de comunicación encriptado, es decir, con características especiales para que las autoridades no pudieran escuchar sus conversaciones.
Además, tiempo atrás instaló una vasta red de equipos de radio para Arturo Villarreal Heredia, El Nalgón, entonces operador del cártel de los Arellano Félix, quien le pidió 200 equipos de radio portátiles, entre ellos 15 altamente sofisticados que valían más de 200 mil dólares.
Gabino presume que él no es de un bando ni de otro: por eso también le instalaba equipo de radiocomunicación al cártel de la familia Félix. En una casa en la colonia Chapultepec conoció a Benjamín y Ramón. “Estaba loco, todo el mundo le tenía miedo a Ramón, ése mataba hasta a los que andaban con ellos”.
Entre sus trabajos reconocidos está la instalación de una red de repetidoras, instaladas en los cerros bajacalifornianos para que todos los capos sinaloenses estuvieran comunicados.
—Ah, pero no dejaban de ser sinaloenses, me decían “¡tráigame lo mejor más caro!”. Llegaba a las casotas y sólo me acuerdo del lujo en el que vivían, por ejemplo, Los Arellano. Eran la Chapultepec, La Cacho, El Soler. Pedían que les instalara los radios de alta frecuencia y también radios repetidoras, y se empezaban a usar los radios portátiles.
El negocio permanece, mientras haya droga que cruzar, dice Gabino, hombre mayor que cuando se emociona se le vuelve la voz aguda y se traba. Un sinaloense de piel color cobre y cacariza.
“Yo sólo hago mi trabajo y no me fijo para quién es. Siempre que haya gente escondiéndose en la sierra, nosotros vamos a tener trabajo”, asegura. Sin embargo, Gabino está por retirarse, pues hace un par de años un sicario del cártel de Sinaloa le apuntó con un arma en la cara, acusándolo de ser gente del bando contrario.
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